Utecht, Alemania (dpa) – Un campo de colza cerca de Utecht, en el estado alemán de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, es territorio de ñandúes. En él alrededor de una docena de estas rápidas aves grises se alimentan de sus brotes, o yacen cómodamente sobre el sembrado y solo saltan cuando Reinhard Jahnke se halla a unos pocos metros.
«Ellos saben perfectamente que aquí no tienen enemigos», dice el granjero, quien revela que a veces los turistas les dan manzanas y patatas fritas.
La única población de ñandúes salvajes de Europa se halla cerca del lago Ratzeburg, en la región limítrofe entre Mecklemburgo-Pomerania Occidental y Schleswig-Holstein, en el norte de Alemania. Y está instalada allí desde hace casi dos décadas.
En otoño (boreal) pasado se realizó un censo, que registró 560 animales, más del doble que en el cálculo realizado en primavera de 2018. Todos ellos son descendientes de un pequeño grupo de animales que escaparon de un recinto cerca de Lübeck alrededor del año 2000.
Casi nadie pensó en ese momento que sobrevivirían al invierno. Pero estos animales originarios de América del Sur desafiaron a la nieve, a la humedad y al frío y se reprodujeron sin problemas.
Desde hace dos años, los huevos de ñandú son perforados para impedir que eclosionen y así reducir el número de nuevos pollos. Sin embargo, se sospecha que los machos de la manada se dan cuenta de que los huevos no evolucionan, así que construyen nuevos nidos en los que las hembras ponen nuevos huevos.
El granjero Thomas Böhm tiene ganado vacuno de raza Galloway en la vecina población de Schattin y no es amigo de los ñandúes, ni de los turistas que vienen a visitarlos.
«Su atrevimiento está incrementándose», se queja de los visitantes que acuden buscando estas aves. Se adentran en zonas del área de conservación de la naturaleza, donde el acceso está prohibido, corren por los campos y saltan las vallas de los campos de cultivo, denuncia.
Algunos turistas ignoran incluso las señales de advertencia del peligro que suponen los toros sueltos en los campos. «Es cuestión de tiempo que ocurra el primer accidente», dice Böhm.
En Utecht, cerca de la granja de Jahnke, 60 ó 70 ñandúes pastan a veces en los campos de cultivo, dice. Para ahuyentarlos, incluso hace sonar grabaciones de rugidos de puma, el depredador natural de los ñandúes en Sudamérica, pero no les impresiona de forma duradera.
«Lo único que tiene efecto durante un día o dos es correr por el campo con el quad tras ellos», reconoce.
Este año Jahnke quiere solicitar una compensación al Ministerio de Agricultura de Mecklemburgo-Pomerania Occidental, con sede en Schwerin. Por primera vez se podría acceder a fondos destinados a compensar los daños causados por las aves migratorias, según Petra Böttcher, Directora de la Asociación de Agricultores del Distrito de Mecklemburgo Noroccidental.
A finales de marzo se inició un nuevo recuento de los ñandúes. Jahnke asume el hecho de que debido a un invierno templado apenas habrán muerto crías jóvenes. Y como las aves maduran sexualmente con dos o tres años, se cree que en 2020 habrá una explosión demográfica de esta colonia de ñandúes, y si no pasa nada se podría sobrepasar el millar de ejemplares.
Por Iris Leithold (dpa)
Foto: Christian Charisius/dpa