SHANGHAI (dpa) – Cuando cae la tarde, las calles y casas de la Ciudad Nueva de Anting se sumen en la más profunda oscuridad. Ni siquiera alumbran las farolas y no se ve un alma. La enorme plaza que rodea la iglesia en esta localidad a las afueras de Shanghai parece completamente tragada por la noche.
Hace seis años que llegaron allí sus primeros vecinos, pero siguen siendo muy pocos. Anting se ha convertido para muchos en una ciudad fantasma, y no es la única de China. Por todo el país hay viviendas y apartamentos vacíos que antaño se consideraron una buena inversión. Barrios nuevos e incluso ciudades enteras que ahora presentan un aspecto espectral.
«Debido a una mala planificación, muchas ciudades nuevas acabarán convirtiéndose en ciudades fantasma», escribía el «Diario del Pueblo», perteneciente al Partido Comunista Chino, alertando sobre la burbuja inmobiliaria. Según el rotativo, hay planificadas más de 200 nuevas localidades. E incluso algunos de los más poderosos magnates inmobiliarios están empezando a manifestar su preocupación.
Aunque prácticamente en todas las ciudades de China los precios de la vivienda aumentan anualmente en porcentajes de dos dígitos, se teme que la situación explote.
«Es obvio que tenemos una burbuja inmobiliaria», advierte Wang Shi, presidente del grupo Vanke. «Podría hacerse incontrolable y estallar», añade. Para el multimillonario empresario Wang Jianlin, el sector se está convirtiendo en un riesgo para China.
La paradoja es que, por una lado, muchas personas ya no pueden permitirse adquirir una vivienda en las grandes ciudades chinas, mientras que por otro, proliferan barrios residenciales en las afueras que se encuentran virtualmente deshabitados.
Según las estadísticas oficiales chinas, la población urbana de este país de más de 1.300 millones de habitantes supera ya los 700 millones. Por primera vez en su historia, hay más chinos que viviendo en ciudades que en el campo.
El primer ministro, Li Keqiang, ha manifestado en varias ocasiones que el gobierno quiere seguir impulsando la urbanización del país. El Estado cree que con ello se estimulará el consumo doméstico a fin de garantizar el crecimiento de China a largo plazo.
Sin embargo, muchas de las nuevas edificaciones resultan difíciles de vender. Sin colegios, hospitales ni zonas públicas, hay pocas opciones de atraer a nuevos vecinos a estas zonas, señala Johannes Dell, director de operaciones en China de la compañía alemana AS&P. «Si nadie quiere vivir allí no se abrirán nuevos comercios. Y si no hay comercios, nadie querrá vivir allí.»
Al final, las administraciones locales tienen que reunir la financiación para construir las deficientes infraestructuras. Y eso mismo está sucediendo ahora en la Ciudad Nueva de Anting, que según los locales es un pedacito de Alemania a las afueras de Shanghai.
Ideada por AS&P, Anting recuerda en su concepción a ciudades alemanas y en ella tiene cabida incluso una estatua de bronce de dos de los principales poetas alemanes: Johann Wolfgang von Goethe y Friedrich Schiller.
En octubre, una de las líneas de metro de Shanghai comenzó a parar en Anting y a partir de septiembre de 2015 habrá una escuela. Al mismo tiempo, los elevadísimos precios de la vivienda en Shanghai están obligando a muchos a mudarse a las afueras, a lugares como Anting.
Allí hay construidas viviendas para albergar a hasta 25.000 personas, pero según las autoridades municipales hasta ahora sólo residen unos 7.000 vecinos. Así, hay quienes consideran que el ejemplo de Anting podría ser una señal de esperanza para que China gestione su crisis inmobiliaria sin que la burbuja estalle.
Según el profesor Liu Yuanchun, de la Universidad Popular de Pekín, las ciudades fantasma que no se sitúan demasiado lejos de las grandes urbes podrían tener éxito a la hora de atraer a nuevos vecinos después de todo. «A medida que las megaciudades chinas están cada vez más saturadas, estas localidades de pequeño y mediano tamaño podrían ofrecer un antídoto», señala.
Por Stephan Scheuer