Madrid, 2 jun (dpa) – Cuando Juan Carlos fue proclamado rey de España el 22 de noviembre de 1975, algunos lo apodaron «Juan Carlos I, el Breve», augurando un corto reinado a un monarca educado por el dictador Francisco Franco al que rechazaba la izquierda y una parte de la derecha.
Los presagios no se cumplieron y Juan Carlos reinó 39 años. La forma en la que pasaría a la posteridad era importante para él. «Me gustaría que me recordaran como el rey que ha unido a todos los españoles y que con ellos ha conseguido recuperar la democracia y la monarquía», dijo en una entrevista con motivo de su 75 cumpleaños.
Protagonista y testigo, entró en la historia de España como figura clave en la transición a la democracia.
Su abdicación llega, sin embargo, cuando está hundida la alta valoración de la que gozó durante durante más de tres décadas entre los españoles. Un desplome que comenzó por una cacería de elefantes en Botsuana y un yerno imputado por corrupción.
«El trono hay que ganárselo día a día», dijo en una ocasión. Sabía bien de lo que hablaba. Llegó a él porque así lo dispuso Franco. Estuvo alejado de su padre, don Juan de Borbón, por ese mismo trono. Se mantuvo en él facilitando el tránsito de la dictadura a la democracia. Y se afianzó con su papel en el fracaso del golpe de Estado del 23 de febrero de 1981.
Nieto del rey Alfonso XIII y nacido en Roma el 5 de enero de 1938, en plena Guerra Civil española, Juan Carlos pasó su infancia en Italia y Portugal, en el exilio. Pisó por primera vez su país diez años después, para ser educado bajo la tutela de Franco, lo que le valdría más tarde el calificativo de «marioneta» del dictador.
Realizó estudios militares y universitarios. Y el 14 de mayo de 1962 se casó en Atenas con Sofía de Grecia, hija del rey Pablo I, ante más de 130 miembros de la realeza mundial y cuando nadie se atrevía a asegurar que fuera a reinar algún día.
En 1969, Franco lo propuso ante las Cortes españolas como su sucesor y un día después juró como príncipe de España. Para entonces ya habían nacido sus tres hijos: Elena, Cristina y Felipe.
Juan Carlos ansiaba ser rey. Se había preparado para ello. Pero su momento no llegó hasta la muerte de Franco, el 20 de noviembre de 1975. Dos días después era entronizado.
Su padre renunció oficialmente en 1977 a los derechos dinásticos en su favor. Y el 6 de diciembre de 1978, España aprobó en referéndum su Constitución, un texto que fijó la monarquía parlamentaria como sistema político y legitimó su reinado.
Apoyó las reformas que permitieron dejar atrás la dictadura y jugó un papel esencial en el fracaso del intento de golpe de 1981, al ponerse del lado de la Constitución frente a unos golpistas que pronunciaban su nombre. Así se hizo con la confianza de un país que a sus espaldas tenía dos repúblicas y en el que muchos, más que en monárquicos, se convirtieron en «juancarlistas».
«Juan Carlos podría haber sido un excelente presidente de una república», dijo el mítico líder comunista Santiago Carrillo, con el que mantuvo una relación de amistad que se fraguó en esos tiempos de la transición. Aunque siempre hubo una izquierda republicana que le negó legitimidad, apuntando a la institución como herencia del franquismo.
«Es el mejor embajador de España», se dijo de él muchas veces. Entre otras cosas, representó al país en cada una de las cumbres iberoamericanas, que se pusieron en marcha con su impulso, con excepción de la última, en noviembre en Panamá, por estar convaleciente de su última operación.
El ocaso de esa imagen durante tanto tiempo alabada comenzó en abril de 2012. Iñaki Urdangarin, su yerno, había puesto ya en evidencia a la familia real al ser imputado por corrupción y una caída en Botsuana en la que se fracturó una cadera reveló a los españoles que el rey estaba de cacería de elefantes en África, con una amiga, en uno de los peores momentos de la crisis económica.
Aficionado a la vela, a automóviles y motos potentes y al esquí, la sociedad había admitido sus caras aficiones. Pero esa caza mayor de lujo en el peor momento de España fue demasiado. La tormenta se desató. Cayó el tabú sobre su vida privada y su matrimonio. Salió a la luz su amistad con la alemana Corinna zu Sayn-Wittgestein. Y él intentó acabar con una indignación sin precedentes con un gesto histórico: «Lo siento mucho, me he equivocado y no volverá a pasar».
Entonces ya había voces que planteaban su abdicación. Con el paso de los meses se oyeron más. Y el 3 de abril de 2013 fue a su hija Cristina a quien la Justicia imputó en el caso de corrupción en el que estaba inmerso su marido. En febrero de este año tuvo que declarar ante el juez.
La salud del rey estaba ya muy deteriorada, golpeada por la edad y varias operaciones en los últimos años, desde un tumor pulmonar benigno en 2010 que le supuso un gran susto, hasta la de doble hernia de marzo de 2013, la cuarta intervención en menos de un año. Y su imagen, hundida.
Por Sara Barderas