(dpa) – «Magnífico, increíble», tartamudea el guía de montaña Pål Røsrud. «Nunca había experimentado esto». A menos de diez metros de distancia, un águila levanta vuelo en la ladera de la montaña. Con pesados aleteos, el águila despega del suelo, da una vuelta y vuela hacia el valle que para muchos es el más bello de toda Noruega.
Un turista llamado Ingvar Nielsen fue al parecer el primero en destacar la belleza del valle Innerdalen en el siglo XIX. La publicidad turística de Noruega tomó nota y adoptó los superlativos para difundir el lugar.
¿Es el valle más bello? «La gente del norte y el sur de Noruega estaría en desacuerdo», afirma Røsrud, de 36 años.
Como extranjero ignorante, uno no está autorizado para decidir sobre cuestiones tan delicadas de gusto. Pero algo ya se puede subrayar en la corta caminata a los dos únicos albergues: Innerdalen luce como el valle escandinavo perfecto que hubiera soñado un pintor romántico.
Dos lagos transparentes, enmarcados por laderas boscosas que se levantan sobre las rocas. Las cabañas de madera en la orilla están cubiertas de hierba, frente a ellas murmulla una cascada mientras el glaciar brilla en la altura.
Este paraíso está protegido desde 1967, aunque no como parque nacional. Esto es una suerte para los huéspedes de Eystein Opdal, cuya familia compró el valle hace unos 280 años al rey en bancarrota después de una guerra. Sus vacas y ovejas pueden pastar aquí, y los visitantes reciben crema agria de la leche de granja con los sensacionales «waffles» (gofres), además de mermelada de grosellas casera.
Opdal llega a servir 300 de estos «waffles» en los días de alta temporada en Renndølsetra. «En los últimos cuatro años la cantidad de huéspedes creció un 30 por ciento», señala. Los visitantes llegan desde diversos rincones del mundo, entre ellos China, Dubai y Estados Unidos.
La razón: todas las fotografías que publican en Instagram y Facebook. Y un «reality show» de la televisión noruega en la que personalidades escalaron el Innerdalstårnet, el cerro al que algunos consideran el «Matterhorn» (monte Cervino) de Noruega. El monte emerge como una pirámide sobre el valle, cual proa de un rompehielos visto desde la cubierta.
El segundo albergue está a solo un par de minutos de caminata por el valle. «Cuando era niño, los glaciares llegaban casi hasta el lago», recuerda Iver Innerdal, de 68 años, el feliz dueño de casa.
Su bisabuelo construyó la cabaña en 1889, la Gammelhytta. Su padre renovó la nueva casa de al lado.
Innerdal escaló a los cinco o seis años de edad el Innerdalstårnet por primera vez con un turista. En aquel entonces llegaban a la zona escaladores, particularmente. Hoy en cambio la mayoría de los visitantes son excursionistas que quieren subir a la torre de piedra que ven en las fotografías subidas a las redes.
«El año pasado llegaron a subir 200 personas en un día», señala Innerdal. «Demasiadas», agrega. Hubo accidentes y varios turistas debieron ser rescatados en helicóptero.
El Innerdalstårnet tiene sólo 1.452 metros de altura, pero no debe ser subestimado, en especial cuando llueve.
«El clima es muy cambiante aquí», explica Pål Røsrud al día siguiente. Hoy las montañas están tapadas por nubes oscuras. «Ningún problema», dice Røsrud.
A través de helechos y bayas de serbal, el fangoso camino recorre la orilla del lago. Una pasarela de tablones se balancea sobre un pantano y a través de un bosque de abedules. Después de una hora de subida, el sendero sale del bosque.
En una zona rocosa, hay un hombre de piedra. «Muchas familias llegan hasta aquí y luego dan la vuelta», afirma Røsrud. Es comprensible, la vista panorámica de los dos lagos es lo suficientemente bella. A partir de ahora el camino se vuelve más incómodo.
El viento silba a través del valle alto como por una boquilla. Y comienza a llover. Pero el Flatvaddalen sigue siendo hermoso: un lago alargado con paredes de rocas filosas a ambas márgenes.
En un empinado zigzagueo el sendero sube hacia la montaña, a través de un tapiz de helechos. Las paredes rocosas lucen como basalto, con cantos en punta y escalones. La caminata se convierte en escalada y cada vez se necesita usar más las manos para trepar.
No hay marcas de pintura que marquen el camino ideal para llegar a la cima. «La montaña debe permanecer en estado salvaje, natural», explica Røsrud. «Y no se quiere atraer a más gente». La consecuencia es que algunos visitantes se pierden y deben regresar.
Se perderán una fantástica vista panorámica del valle y de los lagos, glaciares y picos circundantes. Detrás de la torre de piedra llamada Varde, que en Noruega se levanta sobre montañas en lugar de una cruz, hay una calma sorprendente. Y así se puede disfrutar de la vista de forma relajada, mientras caen finos copos de nieve. «En la montaña de enfrente, la vista es aún más hermosa», asegura Røsrud. Suena como una promesa.
Así, al día siguiente comienza el ascenso siguiendo un arroyo. Varios palcos naturales ofrecen una vista panorámica de lujo. En un punto azul, Røsrud gira a la derecha y trepa hasta la cresta. No prometió de más.
El panorama es aún más sublime que la del día anterior. En especial cuando el sol asoma por entre las nubes, delinea el contorno de las montañas e ilumina la vegetación colorida.
«Incluso los días en que hay cientos de personas sobre el Innerdalstårnet, aquí casi no hay nadie», afirma Røsrud. «Todos quieren subir a la torre de piedra». Hay que estar casi agradecido a Instagram por ello.
Por Florian Sanktjohanser (dpa)
Foto: Florian Sanktjohanser/dpa-tmn