Johannesburgo (dpa) – Apenas lo suficiente para comer, y ahora además sólo lo básico para beber: El colapso de la infraestructura en Zimbabue genera una escasez crónica de agua.
Falta de todo, incluso dinero para los químicos de las instalaciones de tratamiento de aguas. «Desde hace semanas que no sale más agua potable del grifo», se queja Brenda Moyo.
La mujer espera desde las 4:00 de la mañana en una extensa fila frente a un pozo de agua. En Mabvuku, un suburbio pobre de la capital, Harare, hay apenas seis pozos de agua para más de 30.000 habitantes.
Al igual que Moyo, los cerca de dos millones de habitantes de la ciudad padecen la escasez de agua.
«En promedio, necesitamos al menos tres millones de dólares estadounidenses para una carga mensual de productos químicos», dice el alcalde Herbert Gomba, y admite que las reservas financieras alcanzan solo para siete días.
En algunos barrios de la ciudad se limitó el abastecimiento de agua potable a apenas dos horas por día; en otros, el suministro se cortó directamente.
«El nivel del agua baja constantemente porque estamos padeciendo una sequía», dice el urbanista Mike Vareta.
David Beasley, del Programa Mundial de Alimentos (PMA) de las Naciones Unidas, confirma: «Estamos lidiando con una sequía como la que no hemos vivido hace mucho tiempo». Muchas personas están además gravemente amenazadas por el hambre.
El Día Mundial de la Alimentación que se celebró en octubre amenazó con convertirse en el Día Mundial del Hambre para millones de africanos en el sur del continente. Durante meses, la región ha estado padeciendo sequías crónicas y daños causados por huracanes y plagas.
«Pronósticos de la región recientes muestran que 41 millones de personas en el sur de África padecen hambre, cuando en 2018 eran 29,4 millones«, alerta la organización humanitaria Care.
Las Naciones Unidas advierten cada vez con mayor urgencia que podría estallar una crisis de hambruna. Según sus cifras, más de 5,5 millones de personas en Zimbabue no tendrán acceso a alimentos suficientes para subsistir a finales de año. Actualmente el hambre afecta a más de 3,5 millones de habitantes de Zimbabue, dice el PMA.
En el vecino país de Mozambique, al menos 1,6 millones de personas padecen la escasez de alimentos, una cifra que para inicios de 2020 crecerá a 1,9 millones. Entre las causas figura el ciclón «Idai». En marzo, exactamente en el momento de la cosecha, el ciclón tropical devastó partes de Mozambique, Zimbabue y Malaui.
Le siguieron fuertes tormentas, lluvias torrenciales e inundaciones. Casas quedaron destruidas, los puentes fueron arrastrados por el agua, los tendidos eléctricos se cortaron y se inundaron las tierras de cultivo. La Organización Meteorológica Mundial consideró a «Idai» el peor ciclón que ha sufrido el hemisferio sur.
Pero el clima extremo también incluye las sequías, que intensifican las emergencias existentes. El cambio climático se considera una causa importante de que las cifras del hambre estén nuevamente en aumento.
«Muchos países que padecen hambre se ven afectados por el cambio climático. Las personas que luchan por sobrevivir a nivel económico se encuentran rápidamente en una situación de necesidad existencial y padecen hambre debido al aumento de condiciones meteorológicas extremas», dijo Mathias Mogge, de la ONG alemana Welthungerhilfe.
Mientras la escasez de agua en la turística ciudad de Ciudad del Cabo el año pasado llegó a los titulares en todo el mundo, la sequía que sufre Namibia, unos cientos de kilómetros más al norte, no genera la misma atención.
La antigua colonia alemana sufre desde 2013 una serie de sequías que la llevaron a la recesión. Este año se estima que se perderá un 40 por ciento de las cosechas. En mayo ya se declaró el estado de emergencia porque un quinto de la población de Namibia se encuentra amenazada por la escasez de alimentos.
«Es así: el cambio climático ha llegado hasta aquí. La gente en Namibia sufre una sequía catastrófica que no ha ocurrido en décadas», remarcó el ministro de Desarrollo alemán, Gerd Müller, en su reciente visita al país africano. La protección del clima y la adaptación al aumento de la temperatura cuesta dinero que muchos países no tienen.
Por Ralf E. Krüger (dpa)