(dpa) – Aunque asegura no sentirse «tan famoso», Ricardo Darín ya es una marca país. Pocos actores argentinos lograron reunir como él la simpatía del público y de la crítica. Desde que la comedia policial «Nueve reinas», del fallecido Fabián Bielinsky, lo reposicionara como actor a principios del segundo milenio, su nombre es sinónimo de éxito.
«El hijo de la novia» y la ganadora del Oscar, «El secreto de sus ojos», de Juan José Campanella, «Un cuento chino», de Sebastián Borensztein o la más recientes «Tesis sobre un homicidio», de Hernán Goldfrid, son apenas algunas de las más de veinte películas que filmó desde entonces, sin contar las que había rodado antes de su «explosión», como «La Rosales», de David Lipszyc, o «El faro», de Eduardo Mignona.
Darín se encuentra en Panamá como invitado del Festival Internacional de Cine (IFF), donde presentará hoy por la noche junto al español Luis Tosar la película de cierre, la comedia «Una pistola en cada mano», de Cesc Gay. En entrevista con dpa, el actor confesó que una de las cosas que más lo preocupan es que muchos jóvenes sueñen tan sólo con «ser famosos».
dpa: ¿Por qué cree que la fama se convirtió en un objetivo?
Darín: El reconocimiento no tiene nada que ver con ser famoso. Lo importante es qué te dicta tu corazón, cuál es el camino que te gustaría seguir, aunque te equivoques. Creo muchísimo en que se aprende de las equivocaciones. Y es bueno saber que cometer un error no es el fin. Sin embargo, la sociedad te petardea con que tenés que tener éxito en la primera que hagas. Por eso los pibes se marean.
dpa: ¿Alguna vez pensó en dar clases de teatro?
Darín: No, yo no puedo dar clases de nada. Creo que encontraría una forma de hacerlo, a mi manera, pero también creo que hace falta mucha paciencia. Cuando uno está mostrando un camino, está mostrando distintas posibilidades de vida y eso ya se parece mucho a ser un maestro. No puedo ser un maestro. Pero para suplir esa inhibición, no paro de decir lo que siento.
dpa: ¿Le pesa haber perdido el anonimato?
Darín: No soy tan famoso y menos en lugares como Panamá. En Buenos Aires camino por la calle en chancletas. Voy hablando con todo el mundo, ellos me conocen y yo trato de conocerlos y se establece un acuerdo mutuo. Lo importante es cómo camina uno. Si vas por la calle rodeado de guardaespaldas convencido de que sos un ser importante que no puede caminar solo por la calle, bueno ok, atenete a las consecuencias. Ahora si vos creés que podés caminar por la calle tranquilamente eso también se lee y la dinámica es distinta. No se te vienen encima, es más un «hola, hola, qué tal».
dpa: ¿Siempre tiene buenas experiencias con los fans?
Darín: Nunca falta el boludo que rompe la norma. También me he puteado, he vivido todo tipo de experiencias. Pero depende de cómo te lleves con los demás. Es como cuando te dicen que hay lugares a los que no te conviene ir y vos vas, conectás con la gente, y no te pasa nada. Si uno no lee las coordenadas comete errores y este es un mundo que se ha complicado demasiado como para cometer errores en la calle.
dpa: Siempre habla muy bien de Fabián Bielinsky. Este año se estrena «Relatos salvajes», de Damián Szifrón, en la que usted actúa. Los dos directores tienen en común haber tenido una visión muy original del cine. ¿Encuentra un paralelismo entre los dos?
Darín: Cómo no hablar bien de Bielinsky, si era un crack… Lo que ocurrió con Fabián es que nos hicimos amigos mientras trabajamos juntos. Con Damián no, pero nos divertimos. Aprendí de él y lo vi apasionado con lo que estaba haciendo. Para mí, eso es fundamental. Creo que lo que tienen en común, si hay algo, es la pasión por lo que hacen. Son esos tipos que no hacen nada de taquito, que no están dando cátedra de nada, que están enfocados en el trabajo y son fieles hasta las últimas consecuencias con las imágenes que tenían en la cabeza cuando pensaron su proyecto. Eso para mí es lo más.
dpa: ¿Hay otro director con el que haya llegado a tener ese grado de amistad?
Darín: Y, es difícil, porque lo que pasó con Fabián fue único. Con «El aura» estuvimos encerrados en un estudio craneando esa historia. Me participó de ese proceso creativo y yo me volví loco. Nunca había estado involucrado en una película desde ese lugar. Con Juan José (Campanella) trabajamos muchísimo juntos y nos entendemos de una manera increíble. Es como cuando jugás al tenis, si te encontrás con alguien que te devuelve la pelota bien, jugás mejor. Encontrarte con tipos que saben jugar para mí es como una beca.
dpa: Muchos policiales argentinos están teniedo éxito en la taquilla, desde «El secreto de sus ojos» hasta la reciente «Betibú», de Miguel Cohan. ¿Cree que hay algo de la forma de ser del porteño -cierta astucia, melancolía- que se lleva bien con el policial?
Darín: Entre los ingredientes del policial noir hay ciertos rasgos, intenciones, manejo de pausas, de silencios. Hay algo del porteñismo -aunque yo no me considero muy porteño- que colabora con esos ingredientes. Por otro lado, hay una renovación de guionistas y directores que están empezando a desprenderse de ciertos corsets. Esos directores han mamado de los policiales norteamericanos de los 70 y los franceses y del policial argentino, en el que tiene mucho que ver Adolfo Aristarain. Eso está en su ADN.
dpa: Después del éxito de «Art», volvió al teatro con «Escenas de la vida conyugal». ¿Cómo vive esa experiencia fuera de los sets?
Darín: El ritual es absolutamente distinto. El teatro es una reunión de personas que no se conocen entre sí para asistir a un cuento que le van a contar unos tipos que están sobre un escenario. Si logramos que funcione, se produce una fusión irrepetible, que sólo queda grabada en el corazón y en la mente, y es que compartiste un momento con un grupo de personas a las que no conocías. Eso lo convierte en un lugar muy vertiginoso y muy peligroso al mismo tiempo. Y genera una adrenalina que no se parece a nada.
Por Astrid Riehn