Ciudad de México (dpa) – Más de 500 años, y el hallazgo de la primera tumba de algún emperador azteca al fin puede estar cerca. Arquéologos mexicanos ya merodean el sitio excavando con delicados pinceles y recostados sobre el piso en colchonetas.
Cinco metros bajo el nivel del suelo en Ciudad de México, numerosos tesoros aztecas aún emergen frente al antiguo Templo Mayor de Tenochtitlan (1325-1521), capital de su imperio. Arriba es incesante el frenesí de comerciantes y transeúntes en pleno centro de la megaurbe.
«Tenemos que excavar todas estas cajas de ofrendas que están al nivel del piso y después ir más abajo, en busca de los restos de los reyes», explica a dpa Leonardo López Luján, jefe del equipo de arquélogos, en la zona de excavaciones.
Según documentos históricos, en esa área, que formaba parte del recinto sagrado de los aztecas, fueron sepultados tres hermanos que ocuparon el trono entre 1469 y 1502.
Se trata de Axayácatl, Tizoc y Ahuítzotl, que fue el precedesor del famoso Moctezuma, al que tomó por sorpresa la llegada del conquistador español Hernán Cortés y su ejército de hombres blancos y barbudos en 1519.
«Ahí se ve un cetro de madera azul con forma de serpiente», señala Tomás Cruz, que trabaja en las excavaciones. Eso es un pez globo, en la esquina del contenedor de piedra. Y ahí se empiezan a asomar unas cuentas de piedra verde. «¿Las alcanzan a ver?», pregunta.
Le faltan unos 15 a 20 centímetros para terminar de explorar la ofrenda de una hembra de jaguar con insignias de guerrero, colocada ahí en honor al dios solar y de la guerra Huitzilopochtli.
Varias importantes ofrendas y monumentos aparecieron en los últimos años en el área. La tumba de un «tlatoani», el emperador azteca, es la gran pieza que falta a los arqueólogos en el rompecabezas.
Al morir un soberano los aztecas cremaban sus restos toda una noche al aire libre envuelto en un bulto. Al día siguiente, de acuerdo con las fuentes históricas, los restos de huesos y cenizas se depositaban en receptáculos junto a una rica ofrenda al pie del Templo Mayor, que tenía 45 metros de altura.
Los aztecas no construían grandes bóvedas en sus edificios. Por eso los arqueólogos esperan hallar los restos reales en una cámara pequeña, lo que no significa que vaya a ser modesta.
«Es decir, no sería algo como en el caso de los mayas, la tumba de Pakal, que es una tumba muy amplia, muy grande», señala López Luján. «Lo que nosotros imaginamos es que en una pequeña superficie haya todos estos restos y ofrendas».
En 2011 se halló un eslabón clave: un «cuauhxicalco», una plataforma de 16 metros de diámetro y 2,5 metros de altura, donde, según la fuentes, se sepultaba a los soberanos.
Tampoco los restos de Moctezuma y de sus dos sucesores, que murieron en medio de las turbulencias de la Conquista, han sido hallados. Pero se descarta que estén aquí. Una de varias versiones dice que a Moctezuma lo cremaron y que sus familiares mezclaron las cenizas con agua y se las bebieron.
«Estamos excavando encima de lo que era el ‘cuauhxicalco'», explica la arqueóloga Alejandra Aguirre. Su colega Antonio Marín señala que «en distintas ofrendas aparecieron animales vestidos como guerreros». Antes se había encontrado en el área el imponente monolito de la diosa de la tierra Tlaltecuhtli.
Los visitantes ya pueden ver una mitad de la plataforma en el vestíbulo del Museo del Templo Mayor. Pero del otro lado, detrás de una pared, la otra mitad está aún bajo tierra mientras los arqueólogos descubren las ofrendas de la parte superior.
El imperio azteca, un estado militar expansionista que alimentaba al dios Huitzilopochtli con sacrificios humanos, fue destruido por Cortés en dos años.
Sobre las piedras de sus pirámides -y también con ellas- se construyó la capital de la Nueva España. La actual Catedral y otros monumentos están sobre los vestigios de aquel gran reino: imposible derribar todo para buscar al emperador.
Aunque su capital estaba en un islote en medio de un lago a 2.200 metros de altura, en las ofrendas había jaguares, lobos, corales, conchas marinas, peces globo. Nada de esto existía en la ciudad. Eran trasladados desde lejos y son un reflejo de su poderío.
La tumba real es un libro abierto sobre un gobernante, su corte y sus dominios. «Nosotros en este momento es lo que estamos buscando», afirma López Luján. «Yo tengo la convicción, por lo que dicen las fuentes, de que esté ahí, pero tal vez está un poquito más allá y nunca lo encontraremos nosotros».
Por Andrea Sosa Cabrios (dpa)