(dpa) – Calma total en Mallorca: casi no hay nubes en el cielo, el Mediterráneo resplandece en turquesa y azul oscuro. Nadie habla en este tour con kayacs marinos que comenzó en Colònia de Sant Jordi, en el sur de la isla, a unos 45 minutos en coche desde Palma.
En la solitaria Isla Moltona la pequeña playa es lo suficientemente grande como para subir los kayaks. «A ver si están mis amigos», dice el guía Thomas Mix y mueve las matas en el suelo. Rápidamente unas lagartijas negras salen de sus escondites.
«Las playas allí no cambiaron desde mi infancia. Para mí es un paraíso», dice este hombre de 54 años y señala en dirección a la costa sin construcciones de Mallorca que se ve a poca distancia.
Vacaciones lejos de las masas
Mix es un tipo estrafalariamente simpático. Se subió por primera vez a un kayak con muletas. «Tras un accidente de moto, un amigo consideró que eso era lo mejor para mí». Más adelante, en algún momento, comenzó a alquilar botes y a ofrecer excursiones. Mix nació en Colònia de Sant Jordi, a solo una calle de donde vive en la actualidad.
A mediados de los años 60, cuando los españoles iban a trabajar a los países del centro de Europa, sus padres se atrevieron a lo contrario: migraron de Alemania al sur de Mallorca.
Colònia de Sant Jordi nunca fue un lugar de excesos como otras playas concurridas por alemanes o ingleses en Mallorca. Es más bien un sitio para quienes quieran permanecer lejos de las masas.
La excepción es la playa de Es Trenc, de kilómetros de largo, que los mallorquines no entregan sin luchar a los visitantes. Por suerte, la cantidad de gente se dispersa. Además, por la pandemia, de todas maneras hay menos gente.
Colònia de Sant Jordi no es una belleza costera. Pero quizá es eso justamente lo que la convierte en «recomendación secreta».
Sobre tablones y planchas se extiende el paseo costero. Los restaurantes ofrecen paella real y no esas pequeñas porciones para turistas bañadas en caldo de pescado. Encantadores hoteles y apartamentos pequeños ofrecen alojamiento. Las construcciones desubicadas son pocas.
Justo junto al puerto comienza la primera playa, la Platja Es Port, con una entrada suave y agua clara.
Caminando rumbo al cabo
Quien camine unos once kilómetros desde el puerto hasta Cap de Ses Salines, la punta sur de la isla, pasa por al lado de la antigua guardería de Thomas Mix. En la cala Es Dolc, que se nutre de una fuente de agua dulce, solía refrescarse de niño.
Que en plena temporada apenas haya movimiento no se debe al coronavirus, sino que tiene una explicación más simple: Las playas más bellas se alcanzan solo a pie. En el camino no hay casi infraestructura, tampoco en el faro del cabo. Así que conviene llevar suficiente agua.
No hay manera de perderse en el camino, porque va todo el tiempo en paralelo a la costa, pasa por encima de losas de roca con costras de sal, posidonias oceánicas secas y arena, y está rodeado de plantas de enebro. Las mariposas bailan, los pinos ofrecen sombras estrechas.
El «oro blanco» de Es Trenc
Cambio de escena. Las salinas en Colònia de Sant Jordi son solo el preludio de lo que hay más al norte en mayores dimensiones: las salinas de Es Trenc, abiertas a los visitantes.
Allí en la época más cálida del año tiene lugar la cosecha de las codiciadas «flores de sal», también llamadas «oro blanco». Según documentos históricos, ya los fenicios, los púnicos y los romanos recolectaban la sal.
La materia prima la ofrece el mar. A través de un canal, el agua llega a una red de estanques y de lagos. Y así también a los hábitats de flamencos, zancudos y avocetas comunes, presentes todo el año.
Se pueden hacer excursiones en coches alquilados que aportan otras distracciones: hacia el este uno puede bañarse en Cala Llombards y visitar Santanyí, donde los sábados a la mañana el mercado es el corazón del lugar.
En Cala Santanyí hay un sendero que lleva a una escultura en piedra llamada «Gleichgewicht» (Equilibrio) del escultor alemán Rolf Schaffner (1927-2008) y hasta una valla sobre los acantilados.
Debajo se abre un impresionante arco de roca, Es Pontas. El mar fluye en tonos que van del azul verdoso al ultramarino. Otra vez, la calma del Mediterráneo que se hace sentir en Mallorca.