(dpa) – A mediodía tomar un sándwich rápidamente y por la noche, para cenar, un plato de comida preparada frente al televisor. Cada vez se come menos con otras personas en el día a día.
Sin embargo, desde hace unos años se está imponiendo una tendencia que se conoce como «social dining». Los amantes de la cocina y la alimentación se reúnen en cenas, se juntan para hacer picnics o comen juntos en la ciudad en lo que se denomina «running dinner».
La idea que impulsa esta tendencia es conocer gente nueva, cocinar o comer juntos y, al hacerlo, revivir una vieja costumbre social.
Magali y Philipp no tienen ni idea de lo que les espera esta noche. En unos minutos servirán a cuatro completos desconocidos un aperitivo en su apartamento en Oldenburg.
Tanto el plato principal, como el postre los van a tomar en otras casas. Cenas como esta se celebran ahora en muchas ciudades alemanas. En ciudades como Colonia, Münster, Aquisgrán o Bamberg, a veces participan más de 1.000 personas.
«Llegas a conocer a gente con la que de otra manera no tendrías nada que ver», dice la francesa Magali, de 31 años, mientras pone la bandeja en el horno. Ha preparado «ficelles picardes», panqueques rellenos y gratinados, una especialidad de Amiens, su ciudad natal francesa. Pero cómo quedará el plato es lo que menos le preocupa.
«Comer juntos es la costumbre social más importante que tenemos en la sociedad», dice la nutricionista de la universidad de Eichstätt Eva-Maria Endres. «Cuando comparto con alguien mi comida, le muestro que forma parte de la comunidad».
Sin embargo, patrones clásicos de una comida con más personas se han ido difuminando en los últimos años. Hoy en día, la gente ya no se sienta a la mesa con la familia por la mañana, al mediodía o por la noche. Por eso cada vez más gente busca nuevas formas de entrar en contacto con los demás mientras comen.
«Es por ello que ya se puede decir que el ‘social dining’ es una tendencia, aun cuando no sea nada nuevo reunirse con extraños para cenar», explica Endres.
A diferencia de antes, ahora resulta mucho más fácil organizar estos encuentros gracias a las redes sociales. Este es también el caso de las «running dinner» que organizan por su cuenta personas a través de webs como «Rudi Rockt». La gente se va inscribiendo y un algoritmo organiza las rutas.
Philipp y Magali sirven a sus cuatro invitados un entrante y sidra para beber. «¿Y a qué se dedican ustedes?», pregunta alguien al resto del grupo. En algún momento, los temas van surgiendo: ¿Eres fan u odias el carnaval? ¿Veganismo? Sin problemas, pero por suerte nadie tiene que cocinar para vegetarianos hoy. ¿Alguien quiere más vino? Casi que no, porque hay que marcharse ya a otra casa.
Pero hay otras formas de «social dining» en las que las cosas transcurren de forma diferente. En el formato «story teller» se va directamente al grano en temas que se ha escogido previamente como puede ser la injusticia, los celos o la cosa más loca que haya hecho.
«Al principio hay timidez, pero a menudo desaparece rápidamente ese reparo inicial», señala Katrin Frische, la fundadora de «story teller».
Su idea es que con cada comida se hable de algo diferente: tres platos, tres temas, tres compañeros de conversación. Y todo ello se hace en diferentes restaurantes de la ciudad, en este caso Hamburgo, o incluso en el imponente nuevo edificio de la Filarmónica. La gente, asegura Frische, debería conocerse por lo que cuentan, por lo que dicen.
Según la nutricionista Endres, gran parte de todas estas propuestas de «social dining» tienen carácter de evento. En muchas ciudades, la gente se reúne para una «white dinner», que consiste en un gran picnic al aire libre donde todos van vestidos de blanco. En Hamburgo, hasta 6.500 personas se llegaron a reunir con este fin.
Otra de las fórmulas de éxito son los denomiandos «supper clubs», en las que anfitriones particulares exhiben su maestría en la alta cocina para desconocidos, aunque en esta ocasión se paga por ello.
«La cuestión es si comer con otras personas puede volver a ser algo cotidiano. Y para que así sea no debería convertirse en algo demasiado complicado», apunta Endres. En su opinión, tan sólo se necesita hablar con los vecinos y que cada uno cocine una vez. Entonces ya se sabe que hay algo recién preparado y no se come solo.
Magali y Philipp han llegado al plato principal. Su anfitriona Astrid es una mujer que parece cordial y tiene tres gallinas en su jardín. Ha preparado gulash vegetariano para los invitados.
«Creo que es genial conocer gente nueva», dice esta mujer de 56 años, que suele ser siempre la mayor en estos encuentros. Fue una vecina la que la persuadió durante mucho tiempo para participar en el «running dinner» y tras su primera experiencia en una de estas cenas dijo: «Que velada más maravillosa».
Por David Hutzler (dpa)