“El rótulo era en el pasado lo que los logotipos e imagotipos son hoy en la cultura de marca” comentan desde uno rótulos.
Cuando no paran de hablar de pequeños comercios de barrios, lo primero que viene a la mente del consumidor es la imagen de rótulos que hablan del nombre e identidad del local en sí. De hecho, han llegado a pagarse miles de euros por los rótulos de tiendas históricas de capitales como Madrid cuando han tenido que acabar echando el cierre.
En este sentido, cualquier rótulo habla precisamente de eso, de quién está detrás, de a qué se dedica.
De ahí que, dejarlo al azar, sea un verdadero error y una manera de desperdiciar lo que es la primera toma de contacto o tarjeta de presentación.
Un paseo por la calle
Basta dar un paseo por las principales calles comerciales, por ejemplo de Madrid, para ver la evolución de este elemento llamativo.
Mientras que en pleno centro uno se encuentra rótulos más antiguos, sencillos, basados en letras con una grafía muy característica que dejaba intuir gracias al nombre y forma sobre el comercio que nombraba, por las zonas nuevas son más los rótulos luminosos que apenas tienen letras y sí contienen, por el contrario, un imagotipo, una suerte de dibujo y letra identificable para el consumidor actual.
Pensar en un rótulo es hacerlo por ejemplo de los luminosos de Gran Vía, de los del Barrio Salamanca, mucho más sobrios y elegantes, de los de una calle Goya que compagina tradición y novedades. Pasear por el casco histórico de Madrid es ver los comercios tradicionales que se dedicaban a profesiones casi en el olvido.
Las mantequerías, con letras corpóreas, huecas, los de peluquerías y bares, en azulejos, los de los cines, que aunaban la luz con la sobriedad que permitía y daba protagonismo al cartel, los de ultramarinos, todos o casi todos en cursivas.
Tendencia luminosa a partir de los 90
Sin embargo, esa sobriedad cambió cuando las compañías vieron el potencial de su marca como tal. Como marca. No como nombre para mostrar al público lo que ofrecía. Sino como valor en sí mismo. Hoy las marcas valen dinero, sin necesidad de sus productos.
Y eso se traslada al rótulo, apostando a veces incluso por solo el imagotipo y dejando el nombre fuera, porque se identifica.
Y en este sentido, la luz llegó a las capitales. Cerrar los ojos e imaginar Nueva York es, en algún momento, visualizar Times Square. Lo mismo ocurre por ejemplo en las Vegas, en Londres, en el céntrico Madrid o incluso en cualquiera de las capitales asiáticas como Hong Kong o Tokio.
Una tendencia en alza que, no obstante, sigue permitiendo dar espacio a rótulos distintos, vinílicos, corpóreos, de neón o incluso de grandes dimensiones. Todo por atraer la mirada, todo por llamar la atención, todo por conseguir un hueco en la memoria del consumidor para que no se olvide.
Los rótulos no dejan, por tanto, de ser la extensión misma de la marca. Algo que no debe ni puede dejarse al azar.