BOGOTÁ (dpa) – Los ataques con ácido contra mujeres en Colombia han incrementado un 45 por ciento en los últimos años, ubicando al país en los primeros lugares de estas agresiones a nivel mundial. Las más de 100 víctimas registradas desde 2002 deben enfrentar además de las marcas en la piel, el alma y la mente, el miedo a que los hechos queden en la impunidad.
Pese a que a finales de mayo pasado el Senado aprobó una ley que fija penas de cárcel de entre ocho y 20 años a quienes comentan este tipo de ataques y que además busca controlar la comercialización de ácidos en el país, el castigo para los victimarios aún no ha sido aplicado en Colombia, porque esta pendiente la sanción presidencial.
Así lo ha vivido Consuelo Córdova, una mujer de piel morena, huérfana y de escasos recursos, quien hace 13 años sufrió un ataque con ácido sulfúrico de parte de su compañero sentimental, a quien consideraba el amor de su vida, y que nunca recibió un castigo por el hecho.
«Yo le dije ‘pero qué me echaste si yo te quiero mucho’, llegué al hospital y no veía nada, casi ni podía respirar. Fue muy doloroso, no sólo física sino emocionalmente, porque nunca me esperé eso de él», dice entre lágrimas Córdova después de ser sometida a más de 43 cirugías en su rostro, pecho y espalda.
Para la directora del pabellón de quemados del Hospital Simón Bolívar de Colombia, Patricia Gutiérrez, las heridas causadas con estos químicos son en su mayoría de tercer grado y generan cicatrices que unen pliegues naturales y dejan «cerrados los ojos, los agujeros nasales y en gran parte la boca».
«Tenemos que las agresiones son muy profundas, el químico tarda segundos en romper tejidos y de alguna forma destruyen la consistencia de la piel, que es un órgano que aunque se recupera con facilidad deja marcas que deben ser tratadas y operadas numerosas veces para mejorar, pero nunca para ser como antes del ataque», insiste Gutiérrez.
La falta de recursos de la mayoría de las víctimas es un problema que empeora la situación debido a que muchas de ellas prefieren acudir a «personas no muy idóneas en el tema» o «realizarse ellas mismas las curaciones» antes de asistir a los centros especializados, no sólo por los costos que allí se generan, sino porque su reintegración a la sociedad es un proceso lento.
Así lo asegura Clara Ospina, psicóloga de la Fundación del Quemado en Bogotá, quien afirma que muchas de las mujeres atacadas «creen que están muertas en vida y no quieren muchas veces ni salir a la calle».
Ospina piensa que «elaborar un duelo es muy difícil y más en ellas, porque la evidencia permanece y cada día se sienten revictimizadas. Mirarse al espejo, ver un nuevo caso o simplemente recordar el episodio que les cambió la vida es una lucha diaria».
Estos ataques de género, considerados como una forma de feminicidios, se generaron en países asiáticos como Pakistán, India o Bangladés, en donde las diferencias entre hombres y mujeres aumentan el riesgo de la agresión.
Sin embargo, en Colombia la clase social, el nivel de estudios o la situación económica no son determinantes. Las víctimas son estudiantes, madres y hasta prostitutas que han sido atacadas por hombres, quienes en su mayoría motivados por los celos, buscan «darles a entender que si no son de ellos no podrán ser de nadie».
Otros hechos registrados con preocupación son las agresiones con sustancias químicas contra reinas de belleza por aparente «envidia» o «descontento» en su elección, así como el uso de ácidos en asaltos callejeros.
Un sonado caso fue el de una joven de 22 años que, tras ser elegida como reina del departamento de Norte de Santander (noreste) en 2010, fue atacada con ácido por un hombre desconocido que le dejó graves heridas en el rostro y una depresión que tardó cerca de un año en mermar.
Aunque como lo asegura Gutiérrez «este es un tema que no le gusta mucho a la gente por la carga emocional que contiene», es indispensable sensibilizar y castigar a los victimarios que han dejado a su rastro a mujeres discriminadas en el ámbito laboral y social.
Las secuelas físicas que generan los ácidos, cuyo litro se consigue a menos de cinco dólares, son sólo el rostro visible de un acto que termina marcando almas, mentes, familias, amigos y sociedades enteras.