Idlib (dpa) – Mohammed Alaa al Yalil sale cuando cesan los bombardeos. Evita correr riesgos y se mueve con cuidado entre los restos de las casas destruidas a las afueras de la ciudad siria de Idlib, uno de los últimos bastiones de los insurgentes.
Este hombre de 44 años pertenece al grupo de las personas que busca supervivientes tras los ataques, pero él mismo se ha encomendado una misión especial: salvar gatos.
Alaa cuenta que en los últimos meses se ha estado poniendo en marcha entre las cinco y las siete de la mañana, porque es la hora en la que caen menos bombas y granadas. Ha conseguido trasladar una decena de gatos desde el sur de la región de Idlib, donde son frecuentes los bombardeos, a una zona más al norte, donde la situación es más tranquila y donde tiene dos hogares en los que puede cuidar a los gatos.
Allí los animales reciben atención veterinaria y se les da de comer. Algunos se quedan, otros se escapan. Alaa también ha rescatado a algunos perros. «Ya de pequeño me encantaban los gatos», comenta este sirio que se gana el sustento como chófer de un médico de urgencias. «De mis antepasados aprendí que cualquiera que sienta compasión por las personas, también debería sentir compasión por todos los seres vivientes», explica.
Alaa emprendió su primera misión de rescate hace varios años, cuando la guerra civil en Siria estaba en sus inicios y era cada vez más brutal. Entonces vivía en la ciudad de Alepo, en el norte del país, que ha sido devastada en el conflicto. Allí comenzó a preocuparse por los gatos que deambulaban por las calles tras haber sido abandonados por las personas que huían. Alaa los alimentaba con la carne sobrante que le pasaba el carnicero.
Cuando algunos medios internacionales se hicieron eco de su labor, Alaa comenzó a recibir ayuda de defensores de animales de todo el mundo y se hizo famoso como «el hombre de los gatos de Alepo». «Como todos se marchaban del país, entre ellos también mis amigos, los gatos se convirtieron en mis amigos», relató entonces a la emisora británica BBC.
Fue en esa ciudad del norte de Siria donde abrió su primer albergue para animales y le puso el nombre de «Hogar para Gatos Ernesto», en recuerdo del novio de una italiana que lo apoyó y que había fallecido.
Pero cuando las tropas del Gobierno en Damasco intensificaron sus ataques a los rebeldes que controlaban la zona este de Alepo a fines de 2016, el hogar también se vio afectado por los bombardeos y varios gatos murieron, cuenta Alaa.
Poco después, cuando las tropas del presidente sirio, Bashar al Assad, avanzaron sobre Alepo, él también acabó huyendo como muchos otros habitantes y se marchó a Idlib.
En Alepo llegó a hacerse cargo de más de 170 animales. «Conseguí sacar a 22 de ellos de allí», recuerda Alaa. En cajas de plástico transformadas en jaulas logró llevarse a los animales de la zona de combate.
Pero Idlib, el último gran bastión insurgente en un conflicto que ya dura más de ocho años y que ha costado la vida a más de 400.000 personas, no es un lugar seguro.
El Gobierno de Damasco tiene como objetivo recuperar esta región en el noroeste del país. A fines de abril, las tropas de Al Assad reanudaron los ataques con el apoyo de aviones de Rusia, su aliado.
Alaa ha conseguido abrir otro hogar para gatos en Idlib y en Kafr Naha mediante donaciones y los ingresos por la venta de un libro que escribió sobre sus tareas de rescate.
En Kafr Naha las instalaciones albergan también un orfanato, un parque infantil y un centro de atención sanitaria para niños, señala Alaam. «Los grandes perdedores de la guerra en Siria son los niños y los animales. Por eso voy a seguir ayudando», concluye.
Por Jan Kuhlmann y Weedah Hamzah (dpa)