Tubinga/Alemania (dpa) – El día a día laboral de Friedrich Miescher no era particularmente apetitoso. Este biólogo y médico suizo manejaba a diario vendajes purulentos y estómagos de cerdo.
Eso sí, lo hacía disfrutando de la impresionante vista de las sierras del Jura de Suabia que se le ofrecía desde las ventanas del Castillo de Hohentübingen, en la ciudad alemana de Tubinga.
Hace 150 años, en este castillo al sudoeste de Alemania, Miescher realizó uno de los hallazgos más importantes de la bioquímica: descubrió el ácido desoxirribonucleico (ADN), material que contiene toda la información genética hereditaria que nos determina.
Miescher había estudiado medicina en Gotinga y Basilea. En la Universidad de Tubinga se dedicó a investigar la composición de los núcleos celulares. Años antes, el médico alemán Julius Eugen Schlossberger había convertido la antigua cocina del castillo de Tubinga en uno de los primeros laboratorios bioquímicos del mundo.
Miescher realizaba sus investigaciones con vendas quirúrgicas desechadas que obtenía del hospital de Tubinga. El pus que éstas contenían le proporcionaba células inmunológicas. De los estómagos de cerdos extraía enzimas para descomponerlas.
En el transcurso de 1869 aisló de los núcleos de las células inmunes del pus una sustancia desconocida que tenía propiedades completamente diferentes a las proteínas ya conocidas de las células.
En su trabajo final presentado en el otoño (boreal) de 1869, Miescher llamó a esta sustancia «nucleína» (actualmente ácido nucleico).
El director de su laboratorio, el bioquímico Felix Hoppe-Seyler, consideró que el descubrimiento de Miescher era sorprendente, y él mismo repitió todos los experimentos del bioquímico suizo antes de su publicación. El resultado era siempre el mismo: en las células había nucleína. La obra de Miescher fue publicada finalmente en 1871.
En aquel entonces, Miescher no era consciente de las implicaciones de su descubrimiento. Unos años antes, Gregor Mendel había presentado sus leyes sobre la herencia genética; antes que él Charles Darwin había publicado su teoría de la evolución.
«En el transcurso de unos años se obtuvieron muchos conocimientos y resultados sin que se supiera establecer una conexión entre ellos», explica el biólogo molecular Andrei Lupas, de Tubinga.
Se necesitaron 80 años de investigación para poder identificar los componentes y la estructura de la nucleína descubierta por Miescher.
Fue Oswald Avery, un científico canadiense, quien comprobó que ésta constaba principalmente de ADN (ácido desoxirribonucleico), el material del que están formados los genes y los cromosomas de todos los seres vivos.
A sólo tres kilómetros en línea recta del castillo de Tubinga, se encuentra desde hace 50 años un laboratorio que lleva el nombre de Miescher.
«Está pensado para que los científicos jóvenes puedan realizar investigaciones durante un período de tiempo limitado antes de ser nombrados profesores», explica Andrei Lupas, director gerente del Laboratorio Friedrich Miescher, describiendo la idea que hay detrás de la institución.
El concepto recupera la biografía de Miescher, quien después de su estancia en Tubinga se trasladó a la Universidad de Basilea para acceder a una cátedra por el sistema de habilitación.
Para el laboratorio fundado por la Sociedad Max Planck, Miescher es más que alguien a quien le deben su nombre. Para ellos, el científico fue un precursor, y su descubrimiento una revolución.
Según Lupas, el ADN no sólo es la base de la vida, sino también de la biología moderna. «El ADN es tan importante porque nos permite manipularlo y así obtener valiosos conocimientos sobre los sistemas vivos». Ni la ingeniería genética ni la clonación, nada existe sin el ADN.
En una sección del Laboratorio Friedrich Miescher, por ejemplo, hay cientos de peceras en las que nadan miles de peces cebra. Observando el desarrollo de sus transparentes óvulos, los científicos están investigando cómo se comunican las células con las demás de su entorno y qué parte del ADN se activa en ese proceso.
En otro laboratorio, un equipo de investigación liderado por el bioquímico inglés John Weir, analiza por qué los hermanos pueden ser tan diferentes a pesar de tener los mismos padres. Para ello utilizan levadura de pan, material que presenta una idéntica división del núcleo celular que en los humanos.
Miescher realizó sus experimentos en condiciones completamente diferentes. En la antigua cocina del castillo no había calefacción; tampoco fue reconocido por su descubrimiento.
Fueron los biólogos moleculares estadounidenses James Watson y Francis Crick quienes descubrieron la estructura del ADN en 1953 y recibieron pocos años después el Premio Nobel por su trabajo.
El nombre de Miescher, por el contrario, no es muy popular —ni en la percepción pública ni en las clases de biología-. Ernst Seidl, director del museo de la Universidad de Tubinga, lamenta que el antiguo laboratorio histórico en el castillo llegara a convertirse en una especie de trastero.
En 2015 mandó instalar en él una exposición permanente. Una advertencia para los visitantes sensibles al asco: entre los objetos expuestos hay un estómago de cerdo doméstico.
Por Kathrin Löffler (dpa)