Río de Janeiro, 2 oct (dpa) – Temen al «comunismo», rechazan el matrimonio homosexual y el aborto, suelen ser muy religiosos y piden mano dura con la delincuencia, algunos a través de las armas. Pocos días antes de las cruciales elecciones presidenciales de Brasil, las simpatías de esos votantes están además con el candidato que promete la ruptura más radical con el sistema.
Al igual que ocurre en Estados Unidos y en varios países europeos, la ultraderecha ha ganado terreno en Brasil en los últimos años. Tiene simpatizantes radicales, pero también alcanza a votantes antes más moderados, hoy enfadados con la clase política.
Un 30 por ciento de los brasileños se declaran dispuestos a votar por Bolsonaro, el ex militar que ganará posiblemente las elecciones del próximo domingo en primera vuelta. Tres semanas después, Bolsonaro podría ser elegido en segunda ronda incluso presidente de la democracia más grande de América Latina.
«Es el candidato que va a revolucionar nuestro país», cree Michel Bem. «Porque el pueblo ya no aguanta más tanta escasez, tanta demagogia», agrega el policía de 43 años durante un acto de simpatizantes de Bolsonaro en Nova Iguaçu, en las afueras de Río de Janeiro. «Brasil por encima de todo. Dios por encima de todo», señala un cartel en el mitin.
«El país fue entregado a un comunismo que fue deteriorando el país cada vez más», comenta también Bem sobre los 13 años de Gobierno del Partido de los Trabajadores entre 2003 y 2016.
«Apoyo a Bolsonaro por sus propuestas y sus ideas», dice por su parte Evanir Moura. «En relación con la seguridad pública, por ejemplo. Porque quiere que los delincuentes cumplan sus penas, sin reducciones ni indultos».
Moura, un funcionario público de 40 años, votará el domingo por Bolsonaro, pero en las elecciones pasadas apoyó a una política que parece en muchas cosas lo opuesto del ex militar, acusado frecuentemente de misógino y racista: Marina Silva, una ecologista negra de orígenes humildes que fue ministra de Medio Ambiente del presidente Luiz Inácio Lula da Silva entre 2003 y 2008, es identificada con un discurso de centro-izquierda.
«Me gustaba su ambientalismo», dice Moura sobre Silva. «Pero no tiene una posición firme. Es el tipo de persona que no es confiable», asegura ahora.
«Brasil es parte de un escenario global», dice a la agencia dpa el politólogo brasileño Mauricio Santoro, de la Universidad del Estado de Río de Janeiro, que compara el ascenso de Bolsonaro con el auge del populismo en varios otros países.
Lo que esos casos tienen en común es «el descrédito de los partidos tradicionales, la rabia del elector», agrega. Un fenómeno impulsado por los problemas y tropiezos de la globalización, a la que se oponen movimientos populistas nacionalistas como el que llevó a Donald Trump al poder en Estados Unidos en enero de 2017.
El caso de la ultraderecha brasileña, sin embargo, también tiene elementos propios, como su crecimiento relativamente reciente alimentado por los dos grandes problemas de los últimos años en el gigante sudamericano: la crisis económica y los escándalos de corrupción.
La economía brasileña se contrajo en -7,0 por ciento en 2015 y 2016, justo después de que se destapara, a partir de 2014, el caso «Lava Jato», considerado como la mayor investigación sobre corrupción política en la historia brasileña.
«Eso cambió el escenario electoral», considera Santoro. «La extrema derecha creció en base a ese escenario. Ocupó el espacio político que antes era principalmente de los partidos conservadores o de centroderecha», analiza.
La ola de criminalidad en los grandes centros urbanos brasileños, asociada a la dura crisis económica, contribuyó luego a la extraordinaria crisis sistémica que dio alas a la ultraderecha.
«Al menos desde que la democracia reemplazó al régimen militar en 1985, Brasil no había tenido una derecha grande o fuerte, mucho menos una extrema derecha», apunta Peter Hakim, experto en asuntos brasileños del «think tank» Diálogo Interamericano.
Otro factor que ha alimentado a largo plazo el ascenso de un movimiento ultraconservador de derecha, por último, es la creciente influencia de las iglesias evangélicas en Brasil.
Un 27 por ciento de los brasileños pertenece en tanto a algún movimiento pentecostal, según el índice Latinobarómetro publicado en 2017. Y a diferencia de la Iglesia católica, cuyo número de fieles cayó del 78 al 54 por ciento en Brasil desde 1995, las Iglesias evangélicas se caracterizan por tener una agenda mucho más política.
Por Isaac Risco (dpa)