RIO DE JANEIRO (dpa) – ¿Qué estará pensando el Cristo de 30 metros de alto cuando por la mañana los turistas llegados en grandes autobuses suben a duras penas el cerro peregrino de Corcovado? Probablemente ya le esté entrando miedo ante la previsible avalancha de gente que el año que viene visitará Rio de Janeiro con motivo del Mundial de fútbol. Desde el año 1931, el Cristo Redentor está mirando hacia la ciudad abajo, desde un cerro de 700 metros de alto y disfruta de la vista panorámica de las playas de Copacabana e Ipanema, del centro histórico, del Pan de Azúcar y del estadio Maracaná, donde se jugará el 13 de julio de 2014 la final del Mundial.
Seguramente, el Cristo muchas veces negará con la cabeza, incrédulo, cuando se prohíba jugar al fútbol en la playa, por ejemplo, o cuando una vez más cambien las formalidades para la venta de las entradas a la cima del Corcovado. No le queda mucho tiempo para pensar porque los primeros turistas ya están subiendo a toda prisa los últimos 215 escalones para dejarse fotografiar, imitando al Cristo Redentor, con los brazos abiertos frente a la estatua o para conseguir el mejor lugar en el mirador.
Para los turistas corpulentos, los escalones son un auténtico desafío, pero la subida también puede ser más fácil: a solo unos cuantos metros de distancia del aparcamiento para los autobuses hay un ascensor que salva la diferencia de altura. Los últimos metros para llegar a la estatua de Cristo no requieren ningún esfuerzo, porque hay dos escaleras mecánicas. El Cristo tiene el efecto de un imán.
El 74 por ciento de los brasileños profesan la fe católica y para ellos una visita al Cristo Redentor es algo natural. Sin embargo, una foto frente a una de las «siete maravillas del mundo» también es un recuerdo que a los turistas extranjeros les gusta llevar de regreso a su país.
Si uno mira atentamente, también se puede descubrir desde el mirador otra cara de Rio de Janeiro: las favelas, que en su mayoría están pegadas a las laderas en la periferia de la tercera metrópoli más grande de Brasil. Esos barrios pobres, que en el pasado eran zonas tabú que durante varias décadas eran gobernadas por bandas de narcotraficantes, ahora se están abriendo prudentemente al turismo.
La cara del Cristo mira justamente a la favela Babilonia, situada en una pendiente empinada entre Copacabana y Botafogo. También esta favela estaba en el pasado en manos del «tercer comando» de los narcotraficantes, que aterrorizaban a los habitantes. En 1997, previamente a la visita del papa a Rio, se produjo la primera operación policial contra las bandas de narcotraficantes en Babilonia y en 2009 la policía tomó la favela. Desde hace algunos años, hay touroperadores como Viventura, de Berlín, que ofrecen en sus programas visitas guiadas a esta favela.
No obstante, en materia de seguridad todavía queda algo por hacer de aquí al Mundial de fútbol. Los cariocas son optimistas al respecto. No solo para ellos Rio de Janeiro sigue siendo sentimentalmente la capital de Brasil, a pesar de que esta metrópoli de seis millones de habitantes tuvo que renunciar a ese estatus en 1960, cuando las oficinas del gobierno se trasladaron a la ciudad artificial de Brasilia.
Antes de Rio, hasta el año 1763, Salvador da Bahia era durante más de dos siglos la capital de la entonces colonia portuguesa. Debido al gran número de iglesias barrocas, catedrales y palacios, esa ciudad también era conocida como la «Roma negra». Hasta el día de hoy es considerada como la metrópoli negra del país. Más del 80 por ciento de la población del estado de Bahia son descendientes de los cuatro o cinco millones de esclavos que los portugueses llevaron por la fuerza durante cuatro siglos a Brasil, principalmente desde los actuales Estados africanos de Angola, Mozambique, Nigeria, Benín y el Congo.
Aunque estaban privados de sus derechos y eran explotados despiadadamente, los esclavos y sus descendientes lograron a lo largo de los siglos conservar algo de sus antiguas patrias a lo que se aferraban y que les daba ánimo para seguir viviendo mientras se mataban trabajando en las plantaciones de caña de azúcar o como esclavos domésticos. No fue hasta el año 1888 cuando Brasil acabó con esta forma de explotación.
En cada esquina de la tercera ciudad más grande de Brasil, de 2,7 millones de habitantes, hay testimonios de la época de la esclavitud. El centro histórico Pelourinho, que significa «picota», recuerda a un capítulo especialmente oscuro de los tiempos de la esclavitud, cuando allí eran azotados públicamente trabajadores negros. No muy lejos de ese lugar se encuentra la iglesia de los esclavos, que tenían prohibido entrar en los ostentosos templos de los blancos.
Detrás de la Estatua de Zumbi, luchadores de capoeira dan una muestra de su arte, una mezcla entre lucha africana y baile estético. A una distancia de menos de cien metros está la basílica con sus interiores abundamente adornados con láminas de oro. Enfrente se encuentra la famosa Iglesia de San Francisco con sus preciosas pinturas en azulejos azules. La basílica y la Iglesia de San Francisco atestiguan la pasada riqueza de Salvador, que no solo se debía al tráfico de esclavos, sino también al hallazgo de oro en el siglo XVIII.
Información básica: Rio de Janeiro/Salvador de Bahia
– Oficina de Turismo de Brasil: Brazilian Tourist Board (Embratur), SCN Quadra 02 Bl. G, Brasilia 70712-907 (Tel.: 0055/61/429 78 29).
– Huso horario: Rio de Janeiro y Salvador de Bahia tienen tres horas menos que la hora GMT.