(dpa) – Nicolas Facheris es director de una funeraria y está familiarizado con la muerte. Así y todo, la pandemia de coronavirus que hizo estragos en su provincia natal fue, también para él, una experiencia traumática.
El joven de 29 años es de Bérgamo, la región que se convirtió en epicentro de una epidemia devastadora, con muchos muertos e imágenes terribles. «La Wuhan de Italia» es como llaman algunos a esta provincia al noreste de la ciudad de Milán, mayor área metropolitana de Italia.
«He tenido tanto trabajo en sólo 20 días como el que suelo tener en dos años», declaró Facheris en entrevista con dpa. El italiano explica que en la pequeña localidad de Madone, de donde es oriundo, se registran por lo general menos de 30 muertes por año. En 2020 fue diferente: «Solo en marzo tuvimos 34 muertos». También fue el mes en el que Facheris nunca durmió más de tres horas por noche.
Pasó toda la primavera boreal trasladando cadáveres entre hospitales, asilos, domicilios privados y cementerios. Tuvo que enterrar a los muertos él mismo, ya que los empleados del cementerio estaban en cuarentena. «No había nadie que hiciera el trabajo, así que nosotros, junto con la otra funeraria de la ciudad, tuvimos que hacernos cargo de todo». Facheris recuerda que en algún momento los encargados del cementerio simplemente les dieron las llaves para que entraran y salieran a conveniencia.
Lo peor fue tener que instar a los familiares a tomar decisiones rápidas; estos tuvieron que elegir ataúdes y decidir si enterrar o incinerar a sus seres queridos vía WhatsApp. «Este trauma me acompañará el resto de mi vida», lamenta Facheris. «La gente todavía me llama y me pregunta: ‘¿Estaba mamá vestida apropiadamente? ¿Estaba bien peinada? ¿Es cierto que la metieron en una bolsa?'»
Sergio Solivani, voluntario de la Cruz Roja, y el párroco Mario Carminati prestaron ayuda en las áreas circundantes a Bérgamo. El padre Carminati permitió que se almacenaran ataúdes en una iglesia de la ciudad de Seriate, porque no había más espacio en el crematorio. En el transcurso de estos meses tan oscuros para la región bendijo a 270 muertos. «Si me preguntan cómo estuvo el tiempo entre febrero y junio, no podría decir si llovió o nevó, si estuvo bueno o no. Vivía como en una burbuja».
Mientras el padre Carminati estaba ocupado organizando funerales y atendiendo llamadas de feligreses desesperados, el voluntario Solivani, de 21 años, tomaba decisiones de vida o muerte en la Cruz Roja. Como paramédico, era parte de un equipo que evaluaba si los pacientes eran llevados al hospital o no. «Cuando volvía a casa por las noches me preguntaba: ¿Podríamos haber hecho más por esta u otra persona?» Tales pensamientos atormentaban profundamente a este estudiante de filosofía. Sólo un psicólogo pudo ayudarlo a lidiar con la culpa.
En el mayor hospital de Bérgamo, el Papa Giovanni XXIII, la psicoterapeuta Chiara Bignamini organiza grupos de discusión para los médicos, enfermeras y paramédicos del establecimiento. «En emergencias o situaciones traumáticas, el centro del habla en nuestro cerebro se desconecta para poder concentrarse en los peligros que nos acechan», explica.
Y añade: «Mientras vivimos las experiencias, nos cuesta hablar de ello porque nos faltan las palabras». Los grupos de debate tienen por objeto ayudar a procesar lo vivido.
No todo el mundo puede o quiere hablar sobre sus experiencias. «He perdido a mi padre y a tres tías», relata Armando Persico, experto en educación de Albino, otra pequeña localidad de Bérgamo, y se niega a lidiar con su trauma: «Para mí, ese tiempo no existe». Su vida terminó en febrero y sólo comenzó de nuevo en mayo, cuando finalizaron los días más oscuros de Bérgamo.
Persico quiere mirar hacia adelante. Facheris, el director de la funeraria, también ve el futuro con esperanza. «Dicen que el virus podría volver en septiembre u octubre. Sinceramente espero que no lo haga».
Por Alvise Armellini (dpa)