(dpa) – Rita Stahl logró hacer algo que les da miedo a muchos adultos: dejó su apartamento de toda la vida en un barrio tranquilo del sur de Alemania y, a sus 68 años, se mudó a un sitio compartido. No es precisamente un piso compartido. Es un predio que tiene apartamentos «normales», otros que cuentan con algún tipo de asistencia y otros que son compartidos por más de una persona.
El sitio, diseñado especialmente para personas en su madurez, ofrece además un salón común en el que se puede hacer uso de una cocina. De todos modos, todos los apartamentos cuentan con una cocinita.
Los espacios compartidos no lo son todo. También hay actividades comunes como gimnasia o paseos y, si uno quiere, puede contar con visitas regulares de la Cruz Roja alemana, que ofrece espacios de conversación individual.
No es mala idea, ¿no? Rita vive en el noveno piso, sin barreras. Allí cuenta con un espacio para cenar con otras personas o juntarse a jugar. Todas las actividades son voluntarias, por supuesto. «Uno no tiene por qué estar solo si no lo desea», comenta la mujer.
Por lo general la gente mayor suele querer estar en casa, lejos de cualquier tipo de instalación provisoria o ambulante, pero cuando no pueden vivir más solos, algo que puede suceder entre los 65 y los 85 años, muchos eligen este tipo de sitios compartidos. Es una forma de envejecer «con los vecinos».
Elisabeth Albrecht oyó hablar de un proyecto llamado «La casa del Roble», en el noroeste de Alemania. Entonces Elisabeth, que hoy tiene 80 años, vendió su casa y se sumó al grupo, que actualmente está integrado por 40 personas en un predio de 25 apartamentos.
A Elisabeth le gusta planchar para sus vecinos, mientras que otros se ocupan de los niños que también viven en ese predio o de la smascotas. Si alguien se enferma, sabe que podrá contar con ayuda. Y si uno busca conversación, no hay más que abrir la puerta y sentarse en el patio verde.
«Una diagramación como esta requiere de cierto trabajo», admite JOhannes Bergmann, que también vive allí. «Uno tiene que estar dispuesto a sacrificaer su tiempo y a alentar a otros a participar», observa Johannes, que hoy tiene 58 años y se muestra realista. «No hay que imaginarse un lecho de rosas. A veces también se producen buenas peleas», comta.
Quienes se han metido en este tema recomienda no dejar las decisiones para muy adelante. «El momento ideal para plantearse la pregunta es cuando los hijos se van de casa o cuando uno ve que se avecina la jubilación», explica el CEO Alexander Grünewald. Es que muchas veces la demanda genera bastante tiempo de espera para algunos de estos centros.
Es más, hay algunos que están en ciernes, pero que pueden quedar truncos en su período de gestación, con lo cual siempre es bueno anticiparse y tener cierto margen de tiempo. «Al hacerlo, hay que quererlo realmente y animarse a dar el salto», comenta Rita Stahl.
Por Bernadette Winter (dpa)
Foto: Caroline Seidel/dpa/dpa-tmn