Categoría: Turismo

  • Viajar en autocaravana Camper. Disfrutar de cualquier lugar cómodamente

    Viajar en autocaravana Camper. Disfrutar de cualquier lugar cómodamente

    Darse un viaje por los lugares más fresquitos y sorprendentes este verano es posible gracias al alquiler de una autocaravana. Esta forma de viajar permite que una o varias personas puedan ir cambiando de destino cada día sin importar haber hecho reservas en hoteles o ir a lugares en los que no hay alojamiento. La autocaravana lo lleva todo encima para que solo hay que preocuparse de ir escogiendo el mejor destino cada día.

    viajar

    Alquilar una autocaravana es una forma más barata de viajar que hacerlo en coche y pagando alojamientos y restaurantes donde comer. Hay que tener presente que ya se lleva la casa encima, por lo que se puede dormir y cocinar en ella y, además, viajar. Es un vehículo que permite una total independencia a la hora de elegir el sitio al que se quiere ir, puesto que al llevarlo todo encima no habrá que preocuparse de reservar habitaciones o de buscar un restaurante para parar a desayunar, almorzar o cenar. Por ello ¿cuanto vale alquilar una autocaravana? No es tanto como se piensa, ya que como se ha dicho anteriormente, los gastos inherentes a un viaje, como la gasolina, el alojamiento o las comidas se pueden ver bastante reducidos. Sí, el combustible habrá que pagarlo, pero no habrá que preocuparse de pagar alojamiento ni de comer fuera todos los días. De hecho, si se planifica bien el viaje y se disponen de suficientes víveres, se podrán pasar las vacaciones sin apenas tener que comprar comida o bebida. 

    Qué gastos son obligatorios

    Por otra parte, si es necesario tener en cuenta algunos gastos que son típicos de esta forma de viajar, como por ejemplo el hecho de usar zona de pernocta en áreas de caravanas privadas o de campings. (Hay que tener en cuenta que en no todos los sitios permiten la acampada libre, y por lo tanto la caravana podrá quedar aparcada en cualquier lugar, pero sin que se puedan sacar toldos o usar los espacios exteriores). 

    El precio de estos servicios de zonas de caravanas en los campings o aparcamientos especiales para caravanas suelen ser bastante económicos y aparte aportan ventajas como poder vaciar el bidón de aguas o darse una ducha en las instalaciones preparadas para tal fin. 

    Si se está buscando un lugar de alquiler de caravanas en Madrid en Bycamper.es se puede consultar cómo son sus autocaravanas camper, los servicios que ofrecen, así como los precios que tienen, dependiendo de los días de alquiler. 

    Equipadas con lo necesario

    Las caravanas Bycamper van equipadas con los enseres y equipos necesarios y básicos para que el viaje se pueda realizar cómodamente y se convierta en una experiencia inolvidable. El precio del alquiler incluye kilometraje ilimitado, para que se pueda ir donde se quiera sin límite de kilómetros. El límite lo pone el cliente. 

    Las furgonetas de Bycamper están equipadas con placas solares para que el viaje sea más sostenible y eficiente y para poder tener independencia eléctrica durante el tiempo de estancia. 

    Otro de los servicios que ponen a disposición de sus clientes es la posibilidad de conexión Wifi 4G sin pagos adicionales, para que los clientes se puedan conectar siempre que lo necesiten o lo deseen.

    En el precio se incluyen todos los enseres necesarios para que cuatro personas puedan viajar, cocinar y pernoctar en la autocaravana. Entre ellos almohadas y sábanas, mesas y sillas de camping, botellas de gas y cocina fija, nevera, toldo, kit de menaje de cocina, ducha interior con agua caliente y exterior, inodoro fijo con líquidos, así como calefacción estática y cadenas de nieve para los viajes que se realizan en invierno, entre otros. 

    Estas autocaravanas de Bycamper son muy fáciles de manejar y permiten que se pueda vivir una experiencia inolvidable con la familia o con amigos llegando hasta los lugares más increíbles y disfrutándolos de una forma diferente. 

  • La isla de las calles sin nombre: Baltrum

    La isla de las calles sin nombre: Baltrum

    (dpa) – En la isla de Baltrum no circulan coches y todo se puede hacer a pie, en bicicleta o en carro de caballos, incluso el reparto de la correspondencia. Pero además de fuerza muscular, el cartero isleño Andre Krandick tiene que tener memoria para su ruta de reparto.

    Baltrum
    Un paseo por las playas de Baltrum. Foto: Sina Schuldt/dpa

    «¡Buen día! ¿Quieres llevarte el correo que llegó para ti?». El encargado del correo de la isla alemana de Baltrum, en el mar del Norte, estira bruscamente una carta en dirección a un anciano con gorra que está empujando su bicicleta cerca de la oficina postal.

    El isleño toma agradecido la carta y sigue adelante con su bicicleta.

    Krandick asegura que todo el mundo se conoce en este lugar de apenas 500 habitantes, que integra la cadena de las islas Frisias frente a las costas del noroeste de Alemania. Esto facilita mucho el reparto del correo. Él y sus dos colegas de la oficina de correos de la isla, en cambio, tienen otros imponderables de los que preocuparse.

    A primera hora de la tarde, el cartero de la isla está realizando su primer reparto del día. Su horario de trabajo no está vinculado a un turno fijo.

    «Nuestra jornada laboral depende del ferry», explica el hombre de 37 años, porque el momento en que el transbordador con el correo para Baltrum cruza desde Nessmersiel, en el continente, depende de las mareas. Ese día, el ferry de la mañana trajo tres contenedores con cartas y paquetes.

    Los carteros solo saben cuántos paquetes y cartas les tocará repartir una vez que el barco ha atracado en el puerto y el correo llega al pequeño centro de distribución en un carro de caballos.

    En promedio, la compañía germana de correos Deutsche Post entrega 610 paquetes y 2.350 cartas a la semana en Baltrum, la más pequeña de las islas Frisias orientales.

    El reparto en la isla sin coches se hace a pie, en bicicleta y solo gracias a la fuerza física, con todo tipo de vientos y clima. «Aquí es raro que la lluvia venga de arriba», dice Krandick mientras va de casa en casa en su bicicleta eléctrica.

    Los carteros de Baltrum utilizan para los repartos bicicletas eléctricas y la llamada «cube-cycle», una especie de bicicleta reclinada de cuatro ruedas con una caja para los paquetes.

    El objetivo de Deutsche Post de repartir cartas y paquetes sin generar emisiones de gases invernadero para 2050 ya se cumple hoy en Baltrum, como también en la mayoría de las islas de Frisia Oriental.

    Pero más que fuerza muscular, Krandick necesita otra cosa en su gira de reparto: visión de conjunto. Es que en Baltrum las calles no tienen nombre, solo números de casas que se reparten sin mayor orden a lo largo de toda la isla.

    Las más de 300 casas del lugar fueron numeradas según su fecha de construcción. Cuanto más alto el número de la casa, menos antigüedad tienen.

    Por ejemplo, el supermercado de Baltrum tiene el número de casa 19, pero la panadería de enfrente, que también alberga el punto de recogida de paquetes, tiene el número 95.

    Lo que para los veraneantes es una tarea desesperante para encontrar su alojamiento por el número de la casa no representa ningún problema para Krandick y sus colegas. «Tenemos todos los números de las casas en la cabeza», dice el cartero, que sonríe con orgullo.

    Sin embargo, no es posible prescindir por completo de los nombres de las calles. Muchas empresas de venta por correo exigen un nombre de calle para entregar sus pedidos, dice Krandick, que lleva seis años repartiendo correo en la isla.

    En Baltrum, por tanto, se utilizan los nombres geográficos de los dos asentamientos «Westdorf» y «Ostdorf», que se colocan delante de los números de las casas cuando es necesario. Entre tanto ya se pueden encontrar incluso en los servicios de mapas de Internet.

    El cartero afirma sin embargo que algunos residentes también han ideado sus propios nombres de calles, aunque no de forma oficial.

    Existe por ejemplo en Baltrum un «Hypothekenweg» (camino de las hipotecas) y un «Katastrophenweg» (camino de las catástrofes).

    El auge de las compras en línea no solo generó un aumento del envío de paquetes en la parte continental. Los isleños y los turistas se suman a la tendencia de adquirir mercancías por Internet, sobre todo porque, según explica el cartero, en Baltrum no hay demasiadas oportunidades de compra.

    «En época de vacaciones, la situación a veces puede tornarse complicada», dice Krandick. Ahora, en la temporada alta de verano, cuando los turistas viajan a la isla, la población de Baltrum puede llegar a multiplicarse por diez.

    El cartero explica que la mayoría de las veces lo que se pide son artículos de uso cotidiano, material de oficina o, a veces, hasta comida para mascotas, porque en la isla no hay un mercado especializado en suministros para animales domésticos.

    Las cartas y los paquetes se entregan en un sistema combinado, lo que significa que los carteros entregan ambos, cualquiera que sea la ruta.

    No hay ningún tipo de «recargo insular» por el hecho de que la carga tenga que ser transportada primero a la isla. Tampoco hay restricciones en cuanto a pesos y dimensiones máximas. Solo los artículos demasiado grandes para las bicicletas eléctricas, como las mercancías voluminosas, son transportados por el transportista insular.

    Pero aunque el volumen de entregas aumente, los carteros de la isla no se inmutan. Krandick subraya que los huéspedes vienen a la isla para bajar el ritmo. «Bajamos el ritmo con ellos», dice con una sonrisa, mientras sigue distribuyendo diligentemente cartas y paquetes.

    El repartidor asegura que se puede adivinar qué tipo de visitantes hay en la isla tan solo por lo que distribuye el correo.

    Krandick precisa que en primavera y otoño suele haber muchos periódicos que repartir, en especial para la «generación de mayores», como la llama amablemente. Según explica, a muchos visitantes de edad avanzada les gusta que les envíen el periódico de su ciudad a la isla, como un servicio especial.

    En verano, en cambio, son sobre todo tarjetas postales las que los repartidores recolectan en la isla. «Se trata de una costumbre ininterrumpida», señala Krandick. Se vacían siete buzones en Baltrum.

    Poco antes de terminar la primera gira de entregas, el teléfono móvil de Krandick suena. Un colega está en la línea. El ferry de la tarde ha traído nuevamente correo a la isla. Esta vez hay cinco contenedores.

    «Tendremos que ponernos en marcha», dice Krandick y vuelve a subirse a su bicicleta eléctrica amarilla. Al fin y al cabo, todos los paquetes y cartas deben entregarse hoy, siempre a tiempo y al ritmo de las mareas.

    Por Lenna Stock y Sina Schuldt (dpa)

  • Greenpoint, el puerto de moda de Nueva York con un sucio pasado

    Greenpoint, el puerto de moda de Nueva York con un sucio pasado

    (dpa) – De tierra de cultivo a cloaca industrial y posteriormente a alternativa a Williamsburg: Greenpoint es un barrio de Nueva York que no está aún colmado de gente. Pero esto podría ser solo cuestión de tiempo.

    Greenpoint
    Los bares de Greenpoint se llenan de noche. Foto: Walter Wlodarczyk/NYC & Company/dpa

    Un fuego flamea en un bar al aire libre de la Nassau Avenue, que le permite a un grupo de veinteañeros disfrutar de la cerveza IPA incluso en una noche fría.

    A la vuelta de la esquina se encuentra el local vintage «Beacon’s Closet», en el que personas con lentes de sol sobre el cabello revisan la oferta buscando nuevas y viejas prendas.

    Y, bajando la calle, el Transmitter Park ofrece una vista hacia los rascacielos de Midtown Manhattan, mientras detrás de los edificios desciende un sol anaranjado.

    Transmitter Park
    Desde el Transmitter Park se tiene una buena vista sobre los rascacielos de Midtown Manhattan. Foto: Jen Davis/NYC & Company/dpa

    Greenpoint, en el norte de Brooklyn, está repleto de bares que tocan la fibra sensible y de jóvenes residentes que encuentran Bushwick demasiado «cool» y el Upper East Side demasiado soso.

    El vecindario no es una belleza arquitectónica como otras partes de Brooklyn, pero la gentrificación también está aquí en pleno auge, desde hace décadas.

    Pero Greenpoint, el hermano tímido al norte del conocido Williamsburg, no siempre estuvo tan de moda. «Apestaba hasta el cielo», cuenta Geoffrey Cobb, quien probablemente conozca el lugar mejor que nadie.

    Este irlandés vive aquí desde hace 30 años. Con apenas 19 cruzó el Atlántico y, desde entonces, escribió varios libros sobre este barrio.

    «El lugar por el que estamos paseando justo ahora era un viejo jardín de manzanas», cuenta Cobb. La Guernsey Street, que conduce desde «Beacon’s Closet» en dirección a la animada Franklin Street, está bordeada de árboles casi a punto de florecer.

    A la izquierda se alinean viejas construcciones en tonalidades grises y beige, y a la derecha, edificios de viviendas revestidos en madera. Nada pretencioso, sino más bien pequeñoburgués, aunque en un estilo neoyorquino.

    Hay que retroceder 400 años para llegar a la época en que Greenpoint aún era verdaderamente una «zona verde». En aquella época vivía aquí la tribu Lenni Lenape, que fue desplazada por los colonos.

    El posterior desarrollo del barrio hasta convertirse en una sucia localidad industrial puede vincularse principalmente con una fecha concreta: el 26 de octubre de 1825.

    Ese día se inauguró el Canal Erie, una vía fluvial que conectó por primera vez los Grandes Lagos con el Océano Atlántico. Como consecuencia, la importancia económica de Nueva York aumentó rápidamente. Y también Greenpoint se transformó velozmente.

    A lo largo del East River y Newton Creek, que separa a Greenpoint de Queens, se asentó la industria. Greenpoint pasó a estar sucio y Newton Creek se convirtió en un símbolo de contaminación urbana.

    Esta imagen también pareció aportar a convertir Greenpoint en el «riñón de la ciudad» con el avance del siglo XX. Desde entonces, en los márgenes del barrio se encuentra la mayor planta de tratamiento de aguas de Nueva York, que depura las aguas residuales de más de un millón de personas. Los ciudadanos de Greenpoint se resistieron a su construcción, pero esta de todos modos se concretó.

    El desarrollo de Greenpoint ya era incontenible. Los habitantes del claramente más caro Manhattan llegaron al barrio y desplazaron a muchos de sus viejos habitantes. Aunque la población, en su mayor parte de la comunidad polaco-estadounidense, se mantuvo fuerte hasta hoy.

    Los neoyorquinos pasean en el Transmitter Park de Greenpoint, tomando un respiro del vértigo de Manhattan. Foto: Julienne Schaer/NYC & Company/dpa

    El experto Geoffrey Cobb comenta que el aumento de los precios de las viviendas y las casas es «absolutamente loco». Los impulsores de los precios pueden verse en casi todos los lugares del vecindario: los altos edificios de apartamentos en el East River que se elevan hacia el cielo de Greenpoint como «malditas setas después de la lluvia», según el irlandés.

    El cambio es parte intríseca de Nueva York. Geoffrey Cobb lo sabe y a él le gusta este barrio «cool» en el que se transformó su zona neoyorquina. Sin embargo, manifiesta, esto tiene como consecuencia que se vuelve cada vez más difícil asentarse en Greepoint. Y añade que el vecindario no debería convertirse solo en una estación de paso para los jóvenes.

    Y es que, para ellos, Greenpoint continuará siendo un convocante lugar al que acudir, incluso después de las restricciones a causa del coronavirus.

    Ya sea al aire libre en el parque, en los numerosos festivales culturales y conciertos, en la legendaria pescadería «Greenpoint Fish & Lobster», entre numerosas máquinas tragamonedas en el salón de lavandería «Sunshine Laundromat» o en la popular pizzería «Paulie Gee’s». Los días de suciedad del barrio ya quedaron atrás.

    Por Benno Schwinghammer (dpa)