(dpa) – Llegó el momento en el que los médicos dijeron que ya no tenían forma de ayudar a Lea Gericke. Sufría de anorexia desde hacía 15 años. Habían intentado todo: desde terapia psicológica hasta internaciones, pero nada ayudaba. Bajaron los brazos, no les quedaba nada por hacer. Lea empezó a estar cada vez más aislada y la anorexia se instaló por completo en su vida.
Hoy, que han pasado muchos años desde ese momento, Lea parece haberle ido conquistando espacios a la vida. Si bien sigue siendo una mujer de contextura delgada, a sus 31 años ha ganado mucha estabilidad. ¿Cómo hizo semejante giro? «Por mi grupo de autoayuda», dice. «Eso fue lo que me hizo recuperar». Los encuentros no consisten en una ronda en la que un grupo de personas cabizbajas cuenta sus historias. «Eso es un cliché de las series norteamericanas», critica la especialista Ella Wassink.
Por supuesto que los grupos pueden sentarse en círculo a conversar. Pero hay organizaciones que ofrecen mucho más que eso, como encuentros para que los pacientes de Parkinson bailen tango, paseos o grupos de teatro y salidas para practicar deporte. La clave está en que estos espacios permitan el encuentro de personas que comparten enfermedades, miedos, preocupaciones o necesidades, y que esas personas puedan intercambiar lo que sienten y respaldarse mutuamente.
El intercambio personal
Existen distintos tipos de grupos de autoayuda, pero todos tienen algo en común: los afectados se acompañan unos a otros sin la asistencia de un médico o de un terapeuta que modere los encuentros. Esa fue una de las cosas que más le gustaron a Lea. No tener que explicarles a los demás nada y poder estar con ellos, con gente con la que tenía algo en común.
Como no había un grupo de autoayuda para anoréxicos en Berlín, decidió fundar uno. Hubo tantos interesados que de allí surgió un proyecto, «Ana Dismissed», que además de los encuentros ofrece asistencia y asesoramiento para personas con bulimia y anorexia. Lea participa en un grupo de nueve personas que se reúne en su casa. «Lo primero que hago es abrazar a cada uno», dice la berlinesa. Después, todos eligen un lugar, en el sofá, en la cama o en una silla, y se cuentan lo que tengan ganas de compartir mientras beben té.
La idea de estos grupos no es nueva. En la década de 1950 comenzó a haber encuentros de personas con problemas de alcoholismo y de allí surgió Alcohólicos Anónimos, una piedra fundacional para la generación de grupos de muchas otras afecciones.
No es lo ideal para todos
Por supuesto que hoy en día uno puede conectarse con mucha gente a través de las redes, «pero ahí los abrazos no existen», observa la especialista Jutta Hundertmark-Mayser, que apunta que muchas personas necesitan justamente esa cercanía que la web no da.
Sin embargo, los grupos también tienen sus riesgos. «Las personas anoréxicas tienden a compararse mucho con otros, entonces el grupo podría ser contraproducente, porque ven a otros que son incluso más flacos que ellos y eso los hace sentir pasados de peso», advierte Lea.
Otro punto no menor es que cada uno les cuenta a los demás todas sus penas sin filtro ni acompañamiento terapéutico grupal. No todos pueden soportar esa carga. «Por eso es importante decir que los grupos de autoayuda no son lo ideal para todos», apunta Lea, que antes de aceptar a un nuevo integrante suele tener una conversación individual para tratar de ver en qué situación se encuentra.
Además, los grupos respetan ciertas reglas. «Por ejmplo, nunca hablamos de otro que esté presente y tampoco se puede hablar sobre calorías», dice la mujer de 31 años. Son reglas que establecieron todos juntos, otro factor muy importante para que el grupo funcione.
Si bien este tipo de encuentros puede ofrecer mucho contención y ser el comienzo de un nuevo camino, los especialista como Hundertmark-Mayser destacan que no pueden reemplazar la tarea de un psicólogo ni de un médico. «Pueden ser un muy buen complemento», apunta. Lea sabe muy bien que es así. «Nosotros no podemos ofrecer asistencia desde lo médico, lo que tenemos son nuestras propias experiencias. El que quiere, puede contar sus cosas. El que no, no tiene que hablar. No tenemos ningún tipo de obligaciones. Es sólo un espacio en el que todos entendemos a los demás», explica la joven.
Por Sandra Arens (dpa)