(dpa) – Es muy complicado convencer a una persona a la que le gusta tener la casa repleta de animales de que lo que está haciendo no es nada bueno. Esas personas actúan por amor hacia los animales. Sin embargo, suelen tener un trastorno psíquico que no les permite ver que los animales, al vivir así, sufren.
Este tipo de perfiles se conoce en inglés bajo el término de «Animal Hoarder», que sería un acaparador de animales. A veces llegan a ser tantos que la persona no puede ocuparse de todas sus necesidades y las condiciones de vida pasan a ser desastrosas. En algunos hogares han llegado a encontrar 76 animales.
Algunos países llevan estadísticas a través de organismos de protección de animales, pero se estima que la cifra de los casos reales siempre se superior. Los animales que más suelen sufrir este tipo de situaciones son los gatos y, en segundo lugar, los perros. También ha habido casos con animales salvajes.
Un triste récord fue alcanzado por un campesino que tenía casi 1.000 ovejas, cabras, aves y perros. En la cordillera del Taunus, en Alemania, fue hallada una mujer que casi vegetaba con 20 gatos en un apartamento de dos habitaciones. En otra propiedad la Policía halló 400 animales, entre aves, cobayas, ratas y serpientes. Algunos animales que estaban en jaulas incluso ya estaban muertos. «Las condiciones de higiene y de salud del sitio eran catastróficas», afirmó la Policía.
¿Cómo actuar si conocemos un caso semejante? Es muy complejo, sobre todo cuando uno quiere lograr una solución que perdure en el tiempo. Los «acumuladores» pueden recibir algún tipo de multa o de condena, incluso se les puede prohibir formalmente la tenencia de animales, pero eso no va a la raíz del problema.
Por supuesto que la persona puede hacer caso omiso de esas prohibiciones, entre otras cosas, mudándose de jurisdicción. La realidad es que el «Animal Hoarding», como todo trastorno psíquico, requiere de una terapia.
Aún no ha sido reconocida como perfil patológico, por eso no es fácil conseguir apoyo para los afectados. Además, la mayor dificultad radica en que los afectados tampoco se dan cuenta de la dimensión de sus síntomas, ni de cómo sufren los animales. Por lo general se niegan a recibir cualquier tipo de ayuda.
«Desde su punto de vista, no hay ningún padecimiento, no lo ven», explica el psicólogo Onno Röttgers. El trastorno suele comenzar en la adolescencia o en los primeros años de la vida adulta, y afecta mucho más a mujeres con problemas en sus relaciones afectivas y conflictos irresueltos.
Pasan entonces a rechazar el contacto con otras personas y los animales se convierte en su consuelo. Hasta ahí no necesariamente tiene que ser algo patológico. Pero pueden darse crisis como un divorcio o un desempleo que lleva a que la situación se salga totalmente de control. De pronto los tres gatos pasan a ser 20, cuando no muchos más. En promedio los «acumuladores de animales» tienen entre 40 y 60 años.
Los investigadores clasificaron a los afectados en varios grupos. Están los «salvadores», que por ayudar a algún animal comenzaron dándoles un hogar y luego ese «instinto» solidario se convirtió en algo irrefrenable, los animales empezaron a procrearse en su hogar, no había dónde entregarlos y…ya era imposible poner coto a la cantidad.
Los «cuidadores» tiene un perfil similar en su evolución. La tercera clasificación es engrosada por los «criadores», que dieron los primeros pasos con fines comerciales y luego se quedaron con las crías.
«Por lo general se dice que los animales viven muy mal estas situaciones, que no están bien, pero esas personas también son víctimas», asegura la psicóloga y experta en protección de animales Andrea Beetz. Son personas psíquicamente enfermas y viven en condiciones inimaginables. Los rescatistas a veces tienen que ingresar con máscaras. Sin embargo, los animales son su sostén. Si se los quitan, algunos pueden pensar en el suicidio.
Al mismo tiempo, si nadie interviene, el padecimiento sólo acaba con la muerte. Los especialistas aconsejan, en caso de tener algún tipo de sospechas, intentar iniciar el diálogo con esa persona. «Uno puede ofrecer ayuda, hacer propuestas, pero nunca hacer ningún tipo de amenazas», apunta Beetz.
Por Sabine Maurer (dpa)
Foto: Carmen Jaspersen/dpa