TEMPLIN, Alemania (dpa) – Hay pocos temas que hagan aflorar el lado emocional de Angela Merkel. Uno de ellos el Uckermark, la región del noreste de Alemania donde pasó su infancia y a donde se retira con su marido cada vez que puede. «En sentido estricto, sigue siendo mi patria», explica la canciller. Al recorrerla se entiende bien por qué.
Situado a algo más de una hora en coche desde Berlín, en la antigua Alemania comunista, el Uckermark es una región poco poblada y salpicada por pueblos y ciudades pequeñas. Entre ellas está Templin, la «perla del Uckermark», una ciudad serena con una antigua muralla. Allí pasó su infancia y fue a la escuela la mujer que este domingo buscará un tercer mandato al frente del gobierno alemán.
En los márgenes de la ciudad sigue aún en pie la casa paterna que vio crecer a la futura política más poderosa del mundo. Su padre, el pastor protestante Horst Kasner, su mujer, la pequeña Angela y sus hermanos Irene y Marcus ocupaban la primera planta, hoy dividida en varias viviendas. La familia se trasladó allí desde Hamburgo en 1957, cuando Angela tenía tres años.
«Poco en la casa recuerda a la canciller. A lo sumo el espíritu», explica Uwe Eisentraut. El párroco dirige el hogar Waldhof para cuidado de personas con deficiencias mentales en el que el padre de Merkel formaba a cléricos evangélicos.
La canciller cristianodemócrata (CDU) visita a veces el lugar con algún huésped de Estado y otros visitantes para mostrarles su casa. La normalidad de Templin se sacude entonces unos minutos: una limusina negra aparece recorriendo las calles y rápidamente vuelve a desaparecer.
Pero Templin conserva más rastros de Angela Dorothea Kasner, que mantiene su apellido más conocido de su primer marido, Ulrich Merkel. La madre de la canciller, Herlind Kasner, sigue viviendo en la ciudad. La profesora de inglés sigue dando clase a sus 85 años. Los interesados aún pueden apuntarse con ella al curso «Let’s go on learning English» en una escuela popular.
En la ciudad también puede verse la escuela en la que Merkel terminó su bachillerato en 1973, hoy convertida en un centro educativo que sigue la pedagogía alternativa Montessori. El viejo edificio de ladrillo vio correr a la pequeña Angela Kasner, alumna destacada en matemática y ruso (idioma que sigue dominando con fluidez) y apodada simplemente «Kasi» por los otros niños.
La propia Merkel mantiene un vínculo vivo con la región, en donde tiene una casa de fin de semana a la que se retira cada vez que puede con su marido, Joachim Sauer. Su receta para desconectar de la política mundial: dedicarse a tareas de jardinería y a cocinar comida casera.
La relación de Merkel con la región divide las opiniones en la plaza central de Templin. Unos consideran positivo que la canciller siga relacionada con Uckermark. Otros no tanto: «¡Déjeme en paz!», responde airada una anciana ante la pregunta. Otra se encoge de hombros: «En el fondo me da igual. De algún lado tenía que venir la señora Merkel». No parece el mejor modo de mostrar entusiasmo.
El alcalde de Templin, Detlef Tabbert, apunta una posible razón de ese escepticismo. «La gente de aquí -y creo que también Merkel- se caracteriza por cierta cautela, por una actitud de mantenerse a la expectativa», analiza el político del partido La Izquierda. Acaso a ese rasgo se refería la canciller cuando reconoció tener «una obstinación propia del Uckermark».
Los periodistas que se acercan a Templin siguiendo las pistas de la historia privada y personal de Merkel, una figura que ha logrado resguardar su intimidad de la sobreexposición mediática que la rodea, suelen chocarse contra un muro de silencio.
El párroco Eisentraut aún recuerda una anécdota bien ilustrativa. Unos periodistas preguntaron una vez a la madre de Merkel sobre su hija. La mujer comenzó a hablar animadamente, pero después de unos minutos quedó claro que estaba contando de Irene, la hermana de Angela, y de su carrera como ergoterapeuta.
En sus visitas a Templin, Merkel va «con toda normalidad» al supermercado, cuentan los residentes. Cuando alguien la saluda, responde conversando sobre temas cotidianos. Nada de política.
Su casa de fin de semana se encuentra al este de la ciudad. El pueblo minúsculo sólo tiene una veintena de casas, un lago, una calle y dos carteles para las elecciones generales de este domingo. De la CDU. La casa de la canciller no llamaría la atención si no fuese por la gran valla negra y con cámaras de vigilancia que recientemente tuvo que reemplazar la antigua cerca de madera.
«Cuando viene la señora Merkel, siempre pregunta cómo va todo», dice con parquedad un vecina de 74 años. «Aquí la respetamos. Nadie la molesta por ejemplo cuando va a bañarse al lago».
Con esas condiciones, no sorprende que Merkel hable del Uckermark no sólo como el lugar de su infancia, sino también como el paraje ideal en el que refugiarse con su marido tras el retiro.