París, 11 oct (EFE).- La etiqueta de «mejor tenor español del siglo XXI» no fascina especialmente a Ismael Jordi, quien acaba de debutar con gran éxito en la Ópera Nacional de París y afirma no aspirar «a sentirse diferente», sino a hacerlo lo mejor posible y «a mejorar».
Ser en cada momento el mejor profesional posible, disfrutar con lo que hace y mejorar son objetivos vitales para el tenor jerezano, que cada noche conquista al público en el papel de Alfredo de «La Traviata» de Verdi en la Ópera Nacional de París donde -tras triunfar en su debut en el Covent Garden de Londres el pasado julio- podrá ser aplaudido hasta mañana por séptima y última vez.
De momento, pues la obra se despide por esta temporada pero hay conversaciones en curso para futuros papeles y, aunque está «muy pillado», siempre le interesa ver «qué títulos ofrecen y qué agenda», explica Jordi en una entrevista con Efe.
Ahora tuvo frente a él a dos increíbles sopranos, la albanesa Ermonela Jaho y la rusa Venera Gimadieva, en el papel de Violeta, con quienes ha trabajado «muy a gusto», al igual que con el resto del equipo en esta puesta en escena que el director de cine francés Benoit Jacquot estrenó en junio último.
El de París es uno de los cuatro o cinco Alfredos que tiene programados estos meses en grandes escenarios europeos. Un personaje que al principio no le gustaba, y que ahora sabe le acompañará toda su carrera, pues le viene muy bien a su voz de tenor lírico ligero, «abre muchas puertas y aprende con él muchísimo todos los días».
«Quizás no emerge como Violeta y puede caer un poco mal», pero es injusto, pues es su padre quien trae la desgracia al exigirle a ella que se aleje, aunque percibe su nobleza y su amor. Pero Alfredo tiene valor, resiste a la presión paterna y osa vivir a su manera, apunta.
Tanto vocalmente como escénicamente, es un personaje complicado y, bien visto, «muy interesante», comenta Jordi, quien querría y se prepara para cantar pronto «Werther», la ópera de Jules Massenet inspirada en una novela de Goethe.
Objetivo vocal que pasa como toda su carrera por «mejorar, mejorar y mejorar», trabajar en condiciones y llevarse bien con todo el mundo, pues «ahí está también mi tranquilidad, para dormir bien por las noches y ser feliz. Siempre gracias a Dios», destaca.
Preguntado por su fe, muestra las numerosas medallas que porta en su cuello y que completan una pulsera repleta también de Vírgenes.
Revela, además, que siempre despliega en su camerino un pequeño altar; «mejor que la farmacia que instalan algunos», explica sonriendo antes de rechazar la etiqueta de «mejor tenor español del siglo XXI», pues nunca pensó en ser «ni mejor ni peor» que nadie, ni le importa que le digan que es muy malo, o muy bueno.
«Nadie podrá venir a decirme cómo lo he hecho. Lo sé perfectamente y ya te puedo decir que nunca estoy contento», resalta Jordi, quien quiere ir «pasito a pasito, porque esto es una carrera de largo fondo» que exige estudio, preparación y descanso.
Si la crítica no es constructiva forma parte del oficio y si es constructiva «es interesante», añade este artista que llegó tarde y por sorpresa a la lírica, gracias a dos alumnos de Alfredo Kraus que le animaron a pasar una audición en la Escuela Reina Sofía de Madrid.
«No eran tenores», recuerda sonriendo cuando se le pregunta por la generosidad de esos dos amigos que detectaron su talento vocal, cuando él ya tenía su vida «un poco encaminada como estudiante de informática de gestión, que jugaba al fútbol, hacía deporte», y no se planeaba en absoluto estudiar música ni ser cantante de ópera.
Hacia los 19 años, con la voz lírica ya un poco impostada por naturaleza, «tenía una inquietud», pero lo ignoraba todo sobre el solfeo y tímido como era cantaba solo en la intimidad o entre amigos.
Como «una esponja» absorbió la base de solfeo que le permitió ser seleccionado en Madrid entre 50 candidatos y eso le hizo apostar por la voz, que solo en París en los últimos años le llevó a actuar en la Ópera Cómica y el Teatro del Châtelet.
Luego tuvo «la gran suerte» de estudiar tres años con el maestro Alfredo Kraus y, cuando murió, con Teresa Berganza, para aprender música y técnica pero también «el respeto y la humanidad que ellos tenían dentro y fuera del escenario», recuerda Jordi, quien perfecciona su técnica en Verona (Italia) junto al maestro Angelo Capobianco.
Por María Luisa Gaspar
