Miedo al ébola entre los sanitarios españoles, «Se sienten inseguros»

6536799webolaMadrid, 10 oct (dpa) – Médicos y enfermeros entran y salen hoy del Hospital Carlos III a paso rápido, parapetados tras los paraguas que les protegen de la fina lluvia que cae en Madrid, pero también de las decenas de cámaras apostadas allí desde el lunes, cuando ingresó en el centro la enfermera contagiada por el ébola.

«Lo siento, es que yo soy personal eventual», se excusa una trabajadora con bata blanca cuando es abordada por los periodistas.

Entre los profesionales sanitarios cunde la incertidumbre, la indignación, la desconfianza y el miedo, sobre todo el miedo, desde que se confirmó el lunes el primer contagio por ébola en España, el único registrado hasta ahora fuera de África.

La zona más temida del hospital es la sexta planta, donde médicos y enfermeros atienden a la paciente infectada por el virus enfundados en aparatosos trajes de protección que les hacen parecer astronautas.

Ella misma estaba bajo una de esas máscaras hace apenas unas semanas, cuando entró en la habitación de aislamiento de uno de los dos misioneros que fueron repatriados con el virus desde África por el gobierno de Mariano Rajoy y que fallecieron en Madrid.

Todavía no hay una versión oficial sobre el origen del contagio, pero la sanidad pública española, en pie de guerra contra el gobierno de Mariano Rajoy por los recortes perpetrados en los últimos años, denunció a través de sindicatos y colectivos irregularidades en los protocolos y en los equipos de protección utilizados.

«(Los sanitarios) están muertos de miedo, se sienten inseguros, pero no quieren hablar para evitar repercusiones», explica a dpa Isabel Lozano, portavoz del Sindicato de Técnicos de Enfermería (SAE).

«No confían en el material que están utilizando. Después de lo que le ocurrió a su compañera no tienen la certeza de que sea fiable», añade Paloma Parrilla, miembro de la dirección de la organización sindical.

Así lo corrobora al diario «El Mundo» una enfermera: «Trabajar aquí con los medios que nos proporcionan a día de hoy no es seguro y yo no estoy dispuesta a poner en peligro mi salud. A la mínima sospecha de otro contagio por ébola me doy de baja».

También uno de los médicos que atendió a la paciente con ébola denunció esta semana a través de una carta que el traje que utilizó no se adaptaba a su talla y dejaba sus muñecas al descubierto. Ahora es uno de los profesionales que se encuentran aislados, por voluntad propia, en el Hospital Carlos III.

SAE también asegura que el hospital está recurriendo a trabajadores eventuales para reforzar el personal del centro, a los que se selecciona a través de una bolsa de trabajo.

«Ellos nos llaman diciendo que tienen miedo, que no quieren trabajar allí. Son profesionales, pero no tienen ni experiencia ni formación en este tipo de casos. Algunos están incluso renunciando a los contratos», dice Lozano.

Desde el sindicato exigen también una preparación psicológica para los trabajadores sanitarios. «A algunas de estas personas les dicen: ‘Tú vas a la sexta planta, que es donde está Teresa (la enferma)’, y se echan a temblar», asegura la sindicalista.

Los compañeros de la enfermera contagiada denuncian, además, «el poco respeto» con el que se está tratando a la profesional, tanto por parte de medios españoles como de los responsables políticos.

La polémica estalló cuando el responsable de Sanidad del gobierno de la región de Madrid, Javier Rodríguez, achacó el contagio a un «desgraciado fallo» de la enfermera y sugirió que ésta mintió al personal sanitario que la atendió en un primer momento.

«Se está hablando de una persona poco profesional de la que se dice que no supo ponerse el traje de protección. Pero ella tiene una amplia experiencia y se prestó voluntaria para atender a los misioneros con ébola, eso solo lo hace alguien que se siente seguro», defiende Lozano.

Hoy, un grupo de profesionales sanitarios brindó su apoyo a su compañera a las puertas del hospital donde está ingresada con pantartas en las que afirmaban citando su nombre: «Todos somos Teresa».

Por Ana Lázaro Verde