Roma, 18 ago (dpa) – «Encontré una ciudad de ladrillo y les dejo una ciudad de mármol». Así describió el primer emperador romano su legado cuando, hace ahora 2.000 años, se encontraba en su lecho de muerte en la ciudad portuaria Nola, en el sur de Italia. A sus 75 años, César Augusto no se refería tanto a la arquitectura de Roma como a la transformación de un Estado divido por la guerra civil y las ansias de poder en un imperio estable y en paz.
En el momento de su muerte, el 19 del mes que lleva su nombre del año 14 d.C., llevaba más de cuatro décadas dirigiendo los destinos de Roma. Su mayor logro histórico es haber conseguido erigir un sistema de gobierno completamente nuevo, explica a dpa el historiador Martin Zimmermann. Bajo su poder se extinguió la vieja república y se manifestó el imperio.
Augusto, nacido el año 63 a.C. como Cayo Octavio, no llegaba a los 18 años cuando su tío abuelo Julio Cesar se hizo nombrar dictador vitalicio, tras años de guerra civil. Pero parte del Senado romano, que temía el fin de la República, planeó y orquestó su muerte en marzo de 44 a.C..
En aquel momento Octavio aguardaba en la costa adriática griega, dispuesto a entrar en guerra contra los partos, en favor de César. Pero tras el asesinato de éste, no fue necesario llegar a ese punto. En su testamento, Julio César adoptaba de forma póstuma a su sobrino nieto, algo habitual en la época.
Tras ello Octavio, de apenas 20 años, asumió como heredero político de Cesar su primer consulado. Nunca antes alguien tan joven había ocupado el mayor puesto de la administración romana. En la batalla de Filipos venció a los asesinos de Julio César, Casio y Bruto, y después luchó contra Marco Antonio para lograr hacerse con el poder en solitario. Roma se hundió de nuevo en una guerra civil, pero con su victoria en la batalla de Accio Octavio se hizo definitivamente con la hegemonía en el imperio romano.
«Hizo ejecutar a muchas personas», afirma Zimmermann al referirse a aquella brutal guerra civil. Entre sus víctimas también estaría Cesarión, hijo de Cleopatra y Julio César y potencial amenaza política para Octavio.
A medio camino entre los 30 y los 40 años, Octavio recibió el poder único de manos del Senado, en el conocido «Principado». Se le concede además el título honorario de Augusto, «el que merece respecto y veneración».
Tras el caos de la guerra civil, restaura oficialmente el orden jurídico de la República. Pero de facto, lo que Augusto instaura es una monarquía, inexistente en Roma desde hacía 500 años.
Como comandante en jefe de las legiones romanas se expandió como ningún otro emperador romano lograría después, aunque en el año 9 d.C. sufrió una amarga derrota contra el caudillo querusco Arminio, de origen germano, en la batalla del bosque de Teutoburgo.
La pacificación interna del imperio conllevó el florecimiento de la literatura, la arquitectura y el arte, con nombres como Virgilio, Ovidio, Horacio o Vitruvio, durante la denominada «edad dorada» bajo el dominio de Augusto.
Pero el emperador también quería introducir cambios en la sociedad. Así, impuso el matrimonio forzoso en la clase alta: quien no estuviese casado sería multado y discriminado en el reparto de cargos. Pero su intento de imponer por ley sus conceptos morales fracasó estrepitosamente. No era fácil hacer controles, sobre todo ante la aparición de matrimonios ficticios. Además, se rumoreaba que aunque Augusto estaba felizmente casado en terceras nupcias con Livia, no rechazaba otros placeres.
Según los historiadores Augusto escenificó toda su vida, y también sus últimos momentos. En torno a su lecho de muerte, en Nola, congregó prácticamente a toda su familia. E incluso en esos momentos siguió preocupándose por el bien del Estado. Al fin y al cabo se trataba de la imagen pública que le sobreviviría.
Tras un pomposo cortejo fúnebre por media Italia, los restos de Augusto fueron enterrados ostentosamente en su colosal mausoleo del Campo de Marte de Roma, que fue construido cuando tenía 34 años. Pocas semanas después el Senado romano decidió que «divino Augusto» debía ser aceptado entre los dioses, como ocurriese ya antes con Julio César. Al parecer también ayudó que su viuda Livia pagase a un senador un millón de sestercios para que testimoniase que el emperador subió al cielo, condición imprescindible para la denominada «consecratio» (consagración) por parte del Senado.
El sucesor de Augusto, su hijastro Tiberio, no desempeñó un papel tan destacado como su predecesor, y emperadores posteriores como Calígula o Nerón son recordados únicamente como tiranos. La dinastía fundada por Augusto se fue a pique 90 años después, con la muerte de Nerón, pero el Principado que erigió sigue vigente más de dos siglos y medio después.
Por Sebastian Fischer