San Sebastián, 21 sep (dpa) – Los mellizos más traviesos del cómic español dan el salto a la gran pantalla como personajes de carne y hueso para protagonizar la penúltima de sus divertidas aventuras: «Zipi y Zape y el Club de la canica», que hoy se presentó en el Festival de San Sebastián.
Tras debutar apadrinado por Alejandro Amenábar con «El mal ajeno», el cineasta Oskar Santos cambia radicalmente de género para embarcarse en un relato de misterio y amistad, que toma como referentes clásicos familiares de los 80 como los inolvidables «Goonies» de Richard Donner.
«Estos tres años de trabajo me han hecho volver a sentirme como un niño de 12 años», confesó hoy Santos durante un pequeño coloquio con la prensa. Y aprovechó para reivindicar que, al igual que ocurre con los actores, tampoco debe encasillarse a los cineastas en un tipo de cine determinado. «Antes que director me siento espectador, y me gusta todo tipo de cine», declaró.
En «El Club de la canica», el ingenioso Zipi y el gamberro Zape creados por José Escobar hace más de medio siglo se enfrentan a una de sus peores pesadillas: pasar el verano en el centro reeducacional Esperanza, un oscuro y estricto internado donde toda diversión está terminantemente prohibida, especialmente si se trata de jugar.
Ante este sombrío panorama, los mellizos y dos nuevos amigos deciden plantar cara al temible director (Javier Gutiérrez, Satur en «Águila Roja») y fundar el «Club de la canica» dispuestos a vengarse convirtiendo la noche en su territorio. Pronto descubrirán que en el Esperanza nada es lo que parece y encontrarán ayuda en quien menos se lo esperan.
Lejos de hacer un retrato costumbrista de la España de Franco en la que nacieron los personajes, Santos actualiza su universo llevándolo a su terreno. Y el territorio de este realizador de 41 años es el cine de aventuras que veía cuando de niño leía los tebeos de Escobar, desde «E.T» a «Indiana Jones».
«Creo que los personajes siguen estando vigentes, porque representan a cualquier niño en cualquier época y lugar. Mientras haya niños, habrá pequeños Zipis y Zapes», señaló Santos. Por eso insistió en descontextualizar la historia de elementos castizos y optó por rodarla en el castillo de Tura, a las afueras de Budapest.
Pese a la tendencia a optar por la animación a la hora de contar una aventura para todos los públicos, y más tratándose de la adaptación de un cómic, Santos defendió ese plus que aportan los actores, especialmente los niños. «Queríamos que cada niño dejara algo de sí en su personaje», explicó. «Esa frescura es algo que no tienen las pelis de animación».
Así, tanto para las nuevas generaciones de niños que descubran por primera vez a Zipi y Zape como para quienes lo fueron leyendo sus aventuras, «El Club de la canica» atrapa con su combinación de aventura en pandilla y nostalgia ochentera. Es cine de palomitas, como reconoce su propio director. Pero éste también es muy disfrutable.