(dpa) – Cuando uno quiere bajar de peso, puede que la propuesta de tener un plan de alimentación que contemple su constitución genética suene muy atractivo. La idea tiene sentido. Pero también estos estudios tienen sus límites.
Sabemos que hay diferencias entre los organismos. Algunas personas no digieren bien las lentejas, a otras las asalta un hambre feroz por la noche. ¿Pero es realmente útil hacer un análisis genético para definir la alimentación? ¿Es bueno conocer al detalle qué metaboliza cada uno bien y qué le genera inconvenientes?
Algunas compañías aseguran que esta propuesta tiene enormes beneficios y ofrecen planes nutricionales basados en el análisis genético de cada paciente. Suelen ofrecerlo junto a la promesa de que los usuarios, por esa vía, lograrán alcanzar su peso ideal.
«Por supuesto, este enfoque individual también apunta a atraer a las personas que intentaron adelgazar con otros métodos y no lo lograron», observa Annabel Dierks, experta en nutrición de la asociación de consumidores de la ciudad alemana de Bremen.
Quienes ofrecen este servicio argumentan que cada cuerpo tiene necesidades y características totalmente distintas. Si uno sigue esa lógica, las recomendaciones generales de los nutricionistas quedan rápidamente obsoletas.
«Uno no puede sentir qué es bueno para su propio cuerpo, más allá de lo que le indican algunos síntomas evidentes, como el dolor de estómago», dice Olaf Schnedier, director ejecutivo de la compañía cerascreen, que vende autotest genéticos.
Desde ese punto de vista, añade, los análisis de ADN pueden ser muy útiles por ejemplo para determinar qué tan bien metaboliza una persona las proteínas, las grasas o los carbohidratos. El estudio podría indicar si para esa persona es mejor desayunar con yogur o con panecillos.
Estos análisis de ADN están enfocados en los genes, que no solo determinan características físicas como el color de los ojos o del cabello, sino que además contienen información sobre el metabolismo o la sensación de hambre y de satisfacción de cada ser humano. En esa línea se sabe, por ejemplo, que el gen que se conoce como FTO, en determinadas versiones, puede aumentar el riesgo de padecer sobrepeso.
«Es totalmente cierto que cada uno tiene variaciones genéticas que pueden impactar de diversos modos en el metabolismo», dice Dierks, pero la ciencia aún no ha avanzado lo suficiente en este tema. «Hay muchas cosas que aún no han sido descubiertas o suficientemente probadas científicamente».
En consecuencia, lo que se ofrece en el mercado son análisis de una selección de variaciones genéticas a partir de las que se realizan pruebas y recomendaciones, pero es cuestionable si esto puede representar al cuerpo en su totalidad.
A ello hay que sumarle el factor fundamental del estilo de vida, que también incide en la posibilidad de bajar o no de peso. «La falta de movimiento, por ejemplo, no puede compensarse del todo mediante la alimentación», dice el director ejecutivo de cerascreen. También hay que estar dispuesto a cambiar algo en el propio comportamiento.
Los planes personalizados pueden tener una ventaja en este sentido, porque pueden ser el disparador necesario para reordenar realmente algunos puntos de la alimentación y el estilo de vida de una persona en particular.
«Al fin de cuentas, para bajar de peso hay que generar un déficit de energía», dice Dierks. Los planes de nutrición personalizados «aparentan estar diseñados especialmente» para alguien en particular y tal vez eso motive más a esa persona a atenerse al plan.
Una encuesta llevada adelante en Alemania en 2019 confirmó esta hipótesis. Aproximadamente la mitad de los encuestados afirmó que seguramente se alimentaría en forma más saludable si tuviera recomendaciones personalizadas.
¿Cómo funciona el test? El primer paso es recibir el kit para la prueba. Luego, si se quiere hacer un análisis del metabolismo, se toma una prueba de saliva con un hisopo, se envuelve bien y se envía al remitente, que se encarga de mandarlo a un laboratorio especializado para el análisis de determinados genes y sus variaciones, explica Olaf Schneider, de cerascreen. Una vez obtenidos los resultados, se sacan conclusiones y se hacen recomendaciones pertinentes.
Los autoanálisis permiten además recopilar otras informaciones sobre el propio cuerpo, como la constitución del microbioma, es decir, de las bacterias que habitan el intestino.
El coste de una prueba de metabolismo oscila entre 150 y 300 euros, según el proveedor. El precio también depende de si se incluye un asesoramiento nutricional personal o si el usuario solo recibe un informe con recomendaciones nutricionales.
Quien se decida a hacerse un análisis de ADN debería, sin embargo, estar muy atento a los consejos dudosos. Por ejemplo, si se le recomienda prescindir completamente de determinados grupos de alimentos y reemplazarlos por frutos exóticos, señala Dierks, deberían sonarle las alertas. Los malos consejos podrían derivar en síntomas de deficiencia.
La protección de datos también es un gran tema, sobre todo teniendo en cuenta que el ADN es una de las informaciones más personales que uno puede llegar a entregar. Si alguien va a realizarse un análisis genético, debería informarse previamente sobre las políticas de protección de datos de la compañía.
Tal vez en definitiva, el mejor camino sea buscar un asesoramiento clásico de un nutricionista, que también confecciona un plan personalizado, señala Dierks. «En la primera consulta se mantiene una conversación general preparatoria, luego se realiza un protocolo de alimentación y finalmente se confecciona un plan que contemple los gustos de la persona en cuestión».
Por Ricarda Dieckmann (dpa)