David Yeste (Terrassa, Barcelona, 1969), músico, narrador y poeta, es autor de las obras: La maniobra de Heimlich”(Playa de Ákaba), La despiadada frontera entre el silencio y el latido (Piediciones), No escribiré un bestiario (Ediciones Liliputienses), 24 vintervariationer (Premi Miquel Martí i Pol 2016, Universitat Autònoma de Barcelona), Pintura roja y papel de fumar y La Periferia del Gesto (La Garúa). Es, también, antólogo y coautor de la antología de poesía Generación Subway (Playa de Ákaba).
“El inventor de etimologías” es un libro sin pretensiones académicas. Está escrito en forma de un drama, con al menos dos personajes —él y ella— y planteado como una road movie, en la que el viaje es el viaje de la vida. Yeste nos cuenta su cotidianeidad desde la reflexión honesta. No presume de estar satisfecho ni insatisfecho. Aquí nada es seguro, nada está soldado al suelo. Se canta la provisionalidad. La ciudad es un lugar de acampada. Y todo lo que ocurre tiene sentido porque los amantes se encuentran en armonía, porque sienten un deseo mutuo, porque se regocijan en su intimidad.
“David Yeste dice: se quedaron las manos / sin espalda en la que posarse, aves condenadas / a migrar eternamente. (…) Así se quedó todo. / Como incompleto. / Como inacabado. / Como un reloj sin agujas latiendo en el pasillo (…).Quedan menos lugares a los que escapar, dice. Y yo le creo.” (El inventor de etimologías, La Equilibrista)
Marimar López Almagro ha sido ciudadana de diversos lugares de España. Su formación académica discurrió por el ámbito de las ciencias y ejerce la geología como profesión. Es autora de algunas publicaciones técnicas. Cada lágrima pedía una palabra (Editorial La Equilibrista, 2021) es su primera obra literaria publicada y su presentación como poetisa.
“Cada lágrima pedía una palabra” es un poemario escrito casi a modo de diario. Se trata de confesiones íntimas que nos desvelan las entrañas de una gran historia de amor. Estas confesiones se convierten en poemas apasionados en los que se hace una loa desmesurada tanto hacia el amor en sí como hacia la persona objeto de ese amor. Se desarrollan una serie de dudas y contradicciones que siembran cualquier relación sentimental.
“Pero araño la parte interior del cráneo para despegar alguna expresión,
mirando la pantalla sin saber qué va a ocurrir primero,
que yo escupa por fin un sentimiento o
que aparezcas tú como de la chistera de un mago.”
(Cada lágrima pedía una palabra, La Equilibrista)
Iñigo Pimoulier Ugarte “Pimu” reparte su tiempo entre las aulas y gimnasios donde ejerce de profesor, los montes y páginas de libros. En 2016 publicaba “Disturbios en la azotea” y, después de una travesía por parajes oscuros de muerte e incertidumbre, vuelve a traer el barro de los caminos.
“El corral de los quietos” es un reconocimiento de la derrota, una astilla en el corazón por la muerte de la sangre. Pero también es el reconocimiento de la vida, de la luz de los faros que nos guían a través de la tormenta, de la pelea y la metralla, de la espuma de cerveza en un vaso compartido, de las ganas de seguir caminando descalzo y de seguir manchando alfombras y páginas desordenadas.
“Al entrar en la cueva/las sombras se alargan,/multiplican su presencia./el frío y la humedad/llaman al miedo/que acude raudo,/haciendo polvo/las piedras que pisa./Las estalagmitas se convierten/en fauces que atenazan/y hasta no quebrar a la presa/no aflojan./En la cueva/enloquecen los relojes,/las horas/se vuelven días/y los días/son cadenas,/a cuyo tintineo/el eco no se atreve /a llevar la contraria./El sueño de la razón/produce monstruos/que entre moho y setas/agrian el paladar/y ni el bombero de guardia/es capaz de apagar las llamas./La cueva invierte la norma,/el orgullo ha de ser doblegado/y agachar la cabeza/sólo está permitido para embestir /y reducir a recuerdos/todas las paredes de la cueva.” (El corral de los quietos, La Equilibrista)
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