Merzouga (Marruecos), 29 jul (EFE).- Cuando se cumple una semana de su viaje por Marruecos, los jóvenes expedicionarios de España Rumbo al Sur, -representación gallega incluida-, han vivido hoy su jornada más dura pero también más gratificante: una incursión de seis horas en el desierto del Sáhara en la que han aprendido a sobreponerse al cansancio y al calor.
Comenzaron la ruta de noche, casi sin haber dormido y con cierto miedo al fracaso, en parte por la insistencia con que los monitores les habían advertido sobre la dureza del trayecto y en parte porque siete días de ruta pasan una factura que casi la totalidad de los viajeros ha pagado con ampollas en los pies, diarreas y agotamiento.
Precisamente por eso la participación en la marcha fue opcional, y una veintena de los 110 expedicionarios renunció a la experiencia para dormir sobre una duna mientras el grueso del grupo se dirigía lentamente hacia un oasis, desayunaba allí, y salía del páramo por una zona distinta a la de acceso.
«Es mejor si vais por las cimas de las dunas, que la arena está más dura», recomendaba Alí, un joven de origen bereber dueño de una treintena de dromedarios a los que los chicos subían por turnos para mitigar la fatiga de caminar por una superficie que va hundiéndose a medida que uno va apoyando el pie.
Las muestras de cansancio y los comentarios sobre la escasez del agua se incrementaban conforme la ruta avanzaba, y poco después llegaron los lamentos por la agresividad del sol, que jóvenes como Fernanda trataron de combatir -sin éxito- siguiendo con sus pasos la sombra de los dromedarios.
«También voy agarrada a ellos porque en las cuestas tiran de mí», bromeaba la joven gallega, de origen venezolano.
No muy lejos de ella caminaba Daniela, una chica colombiana que aseguraba estar viviendo una de las experiencias más bonitas de su vida. «Es sobrecogedora la inmensidad del paisaje; aún no me creo que mis ojos estén viendo una cosa así», comentaba.
Pero más importante que la belleza del Erg Chebbi, en el Sáhara, ha sido para estos jóvenes de 16 y 17 años la experiencia de poner su cuerpo al límite cuando los termómetros superaban los 40 grados.
«Se superan a sí mismos, rompen sus barreras y se dan cuenta de que aunque en el desierto cuesta mucho avanzar, al final se llega a la meta», destaca Mar de la Quadra-Salcedo, una de las responsables del viaje.
De hecho, por muy cansados que estaban, no han querido salir del desierto cuando un quad ha entrado a las dunas para rescatar a los que más ayuda necesitaban. «Puedo continuar, pero vamos, aunque no pudiese seguiría más y más; no voy a abandonar después de todo el esfuerzo cuando queda una hora para acabar», explicaba Juan.
La ruta ha terminado en la piscina de un hotel de Merzouga que ha cedido las instalaciones comunes a los expedicionarios. Allí estaban refrescándose los pocos que decidieron no adentrarse en el desierto, que han comenzado a aplaudir con brío a cada compañero que llegaba a darse, según comentaban, el mejor chapuzón de sus vidas.
Lourdes Velasco