Muzaffarnagar (India), 21 sep (EFE).- Miles de personas siguen viviendo en campos de desplazados en el norte de la India, un año después de que un estallido de violencia entre musulmanes e hindúes les convirtiera en «refugiados» muy cerca de sus propias casas.
Ni siquiera tienen el estatus de refugiados, ya que en realidad son desplazados internos, y aunque la situación ha ido mejorando, gran parte de las cerca de 50.000 personas que huyeron de sus aldeas sigue viviendo aún en chabolas porque el miedo no ha desaparecido.
Entre finales de agosto y comienzos de septiembre de 2013, una ola de enfrentamientos entre hindúes y musulmanes se fue extendiendo de aldea en aldea por el distrito de Muzaffarnagar, en el estado de Uttar Pradesh, hasta que el Ejército impuso el toque de queda.
El desencadenante varía según la versión de cada parte, ya que unos hablan de una simple discusión de tráfico y otros de que una chica hindú fue molestada por jóvenes musulmanes.
Enésimo capítulo de la historia de enfrentamientos entre las dos comunidades desde que la India se independizó de los británicos en 1947, con episodios tan sangrientos como los desencadenados en el propio Uttar Pradesh en 1992 con más de 2.000 muertos o en el estado de Gurajat con más de 1.000 en 2002.
La violencia comunal dejó en Muzzaffarnagar 62 muertos, 42 de ellos musulmanes y 20 hindúes, además de 93 heridos y unos 50.000 desplazados, la mayoría de religión islámica que dejaron sus casas en las aldeas para huir a improvisados campos de chabolas, en las que desde entonces sobreviven con la ayuda de organizaciones humanitarias.
Usman Mehandi, el coordinador de una de estas organizaciones, Astitva, asegura a Efe que «la gente está volviendo» poco a poco a las aldeas que abandonaron, tanto en Muzaffarnagar como en el vecino distrito de Shamli, porque «la situación está cambiando y vuelve a ser normal».
Sin embargo, el miedo persiste entre muchos musulmanes que huyeron y que aunque quisieran volver, han perdido no solo sus casas, sino también el medio de subsistencia en los pueblos en los que vivían, por lo que «no volverán nunca».
Mehandi pone como ejemplo que en el campo de Shahpur, de las 566 familias que acogió quedan ahora 171, aunque otras en vez de regresar a sus casas, optaron por establecerse en asentamientos o colonias de nueva construcción.
En colaboración con Oxfam India, Astitva da desde ropa a alimentos a los desplazados, además de ayudarles en trámites burocráticos, para acceder a ayudas públicas, o ante la Justicia, en sus denuncias ante la Policía por lo que sucedió.
Lo que pasó no puede olvidarlo Israil, uno de los ancianos de Shahpur, un musulmán que a sus 70 años huyó del cercano pueblo de Kakra porque «había un ambiente de disturbios; querían pegarnos y destruir todo lo que había en nuestras casas».
«Se quemaron muchas casas y otras fueron robadas y destruidas. Destruyeron también las mezquitas e incluso quemaron el Corán», recuerda con tristeza.
Un lamento que comparte Mohammed Saleem, de 35 años, jefe del comité de desplazados en el mismo campo, quien se queja de que «el Gobierno es muy negligente y no está tomando medidas fuertes: los causantes de los disturbios tienen seguridad, pero las víctimas no».
Más de 3.000 personas han quedado libres de cargos tras su supuesta implicación en los enfrentamientos, mientras que de las cerca de 1.500 consideradas culpables por la Policía, solo unas 800 fueron detenidas, según datos publicados por la agencia local PTI.
«Hay gente que se reúne e intenta repetir los disturbios otra vez», por lo que «el ambiente vuelve a estar tenso y no va a ser posible regresar. Tenemos miedo de volver», advierte.
En un breve recorrido por carretera, se llega desde Shahpur a Kakra, donde apenas hay gente por la calle, algo chocante en la populosa y siempre bulliciosa India, y donde se ven bastantes viviendas cerradas con candados.
El alcalde de la localidad, Ravinder Singh, asegura a Efe que «ahora la cosa está tranquila y la Administración está intentando lo mejor para mantener la paz, pero los partidos políticos no quieren. Lo que buscan es utilizar para su beneficio el comunalismo», la lucha entre comunidades religiosas.
Estados como Uttar Pradesh, el más poblado del país, celebran estos días elecciones parciales para cubrir puestos vacantes en sus parlamentos regionales.
«El jefe de un partido político ha dicho que si hay comunalismo, van a ganar las elecciones. Si dicen esas cosas a la gente, ¿cómo va a mejorar la situación?», se pregunta el alcalde.
Shingh defiende que antes de los trágicos enfrentamientos la única diferencia era que «los musulmanes iban a la mezquita y nosotros los hindúes al templo, pero en la lengua, la forma de vestir o la comida somos iguales, y compartimos la misma cultura».
Luis Ángel Reglero