Damasco, 22 feb (dpa) – Las bombas y granadas caen a diario, a menudo durante horas. También esta mañana se oían explosiones cuando el activista Masen al Shami describía por teléfono la situación en el enclave rebelde asediado por las tropas sirias cerca de la capital Damasco. «Decenas de granadas caen cada minuto», señala Masen.
Los ataques hacen que nadie se atreva a salir a la calle, ni siquiera los cooperantes que ayudan a los heridos.
De repente, el interlocutor grita tras una de las detonaciones. Y en seguida se corta la comunicación. Sólo horas después el activista vuelve a estar disponible.
Desde hace días, la región de Guta Oriental es escenario de los peores ataques por parte de las fuerzas de Bashar al Assad desde el inicio de la guerra civil hace casi siete años. Los activistas hablan de masacre, genocidio y hasta de Holocausto, y las imágenes muestran cadáveres bajo los escombros y calles destruidas. Más de 300 civiles han perdido la vida desde el domingo y más de 1.700 han resultado heridos, según los activistas.
En los hospitales se agotan los medicamentos y materiales. Varios sufrieron ataques y quedaron fuera de servicio. «Las palabras no pueden describir la dimensión del sufrimiento humano y la desesperación», escribía el director regional de la Cruz Roja Internacional, Roberto Mardini, en la red social Twitter.
Desde 2013, las tropas del Gobierno sirio mantienen el cerco sobre el terreno y los suministros llegan, si lo hacen, sólo a través de túneles de contrabando. Se calcula que unas 400.000 personas están atrapadas y casi totalmente incomunicadas. El bloqueo hace que los alimentos escaseen y la gasolina y los generadores sean cada vez más caros.
Las ayudas apenas llegan a Guta Oriental. Hace en torno a una semana, un convoy llegó a la región, siendo en torno al primero en más de dos meses. A bordo de los camiones, ayudas que sólo alcanzaban para 7.200 de los 400.000 atrapados en la zona. La oposición acusa al Gobierno de Damasco de bloquear la ayuda de forma intencionada.
El Gobierno sirio denuncia por su parte las granadas lanzadas desde la zona rebelde contra Damasco. Sin embargo, los analistas reconocen en Guta Oriental una estrategia que a los seguidores de Al Assad ya les dio resultados en el pasado: bombardear una región asediada el tiempo que sea necesario hasta que a los rebeldes no les quede otra opción que rendirse.
La oposición culpa también a Rusia, el principal aliado de Siria en el conflicto, de la escalada de la violencia. Moscú no puso en práctica el año pasado un acuerdo alcanzado sobre la retirada de 240 seguidores activos de la red terrorista Al Qaeda en Guta Oriental, alega el portavoz de la milicia islamista Failak al Rahman, Wail Olwan, en una entreviste en televisión.
Según esa teoría, dejando a los yihadistas en la región, Moscú permite que Damasco tenga un pretexto para atacarla. Por eso, Olwan no ve una solución política: «Una solución política al estilo ruso significa bombardeos contra civiles, destrucción de infraestructura, bloqueos y matar de hambre hasta la capitulación».
No sólo activistas de Guta Oriental, sino también medios cercanos al Gobierno de Damasco aseguran que los aviones rusos participan en los bombardeos. Una fuente del Ministerio de Defensa de Moscú confirmó al diario «RBK» que aviones rusos están operando en la zona, aunque no especificó si también lanzan bombas. La cúpula de Moscú rechaza una implicación en los combates. «Las acusaciones no tienen fundamento», aseguró el portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov.
El experto Anton Mardassov cree posible que Siria haya acordado la operación con Rusia bajo el pretexto de una lucha contra grupos terroristas. Pero apenas hay terroristas allí opina. «Guta Oriental es un barrio de la oposición de mayoría sunita cerca de la capital. En realidad, las tropas cercanas al Gobierno están luchando contra la oposición moderada», asegura.
Guta Oriental es además una de las llamadas «zonas de seguridad» acordadas durante las conversaciones de paz lanzadas por Rusia, Irán y Turquía en Astaná, que son además las potencias garantes de ese proceso. Pero la paz no vuelve, pese a varios intentos fallidos de alto el fuego.
Estados Unidos quiere, con ayuda de la ONU, poner fin a las muertes y permitir la entrada de ayuda. El Consejo de Seguridad debatirá hoy al respecto, pero Rusia ha vetado ya varias resoluciones contra Siria en el pasado. Los críticos acusan a Moscú de dejar así al gremio de la ONU sin poder real de actuar en Siria. Además, se ha convertido en un escenario en el que Moscú y Washington muestran su rivalidad.
En lugar de dejar todo en manos de la ONU y las negociaciones que media en Ginebra, Rusia ha impulsado un formato de paz propio en Astaná que aparte de las frágiles y poco efectivas «zonas de seguridad», no ha logrado ningún avance.
En enero, Rusia organizó otra conferencia de representantes de las partes enfrentadas en Sochi, a orillas del mar Negro, para debatir sobre el orden de la posguerra. Pero los expertos están convencidos de que la multiplicidad de conferencias sólo sirve para que Rusia gane peso.
El político de Exteriores cercano al Kremlin Fiodor Lijianov no tiene dudas de que Moscú quiere aumentar su influencia en Cercano Oriente y llenar allí el hueco como potencia regional dejado por Estados unidos en los últimos años. Pero la influencia tiene siempre dos caras: «más opciones, pero también más responsabilidad», escribió en «RossijskaYa Gazeta».
Por Thomas Körbel y Jan Kuhlmann (dpa)