BERLÍN (dpa) – «Su chófer ha llegado». Ese mensaje llega por SMS cuando el conductor y su coche están ya en la dirección acordada a través de una App del teléfono.
Cuando uno de acerca al vehículo negro, el chófer vestido con traje y corbata abre la puerta del flamante y nuevo Mercedes Clase S. El cliente se sube y en el reposabrazos encuentra agua y limonada por si tiene sed. No hay taxímetro ni asientos de plástico, sino el ambiente elegante de una limusina de lujo.
La empresa Blacklane Limousines es una «start-up» de Berlín cuyos servicios son tan demandados que está presente en grandes ciudades de todos los continentes. Hace poco, incluso Daimler quiso participar en el negocio aportando varios millones.
Blacklane no tiene una flota propia de vehículos. «Somos una plataforma de reservas», dice su portavoz, Leoni Heitmüller. A través de la página web de la compañía o de una App en el smartphone, los clientes pueden reservar un viaje en vehículos pequeños o en limusinas de gama alta con chófer.
«Las peticiones de los clientes aparecen en una App para los conductores, que deciden libremente si les viene bien o no la cita», agrega Heitmüller. A diferencia de los taxis, no se pueden parar por la calle y es obligatorio hacer la reserva previa. De forma similar a Blacklane funcionan las ofertas del grupo Sixt y de la empresa estadounidense Uber, en la que participa Google. Sixt llama a su producto MyDriver y suministra «servicios de transporte cómodos con vehículos de gama alta».
Tanto en Blacklane como MyDriver sólo participan conductores profesionales. «No se aceptan conductores privados. Todo conductor debe mostrar su permiso oficial», dicen en MyDriver. El pago no se hace al contado, sino por tarjeta de crédito o por Paypal. El cliente sabe con antelación qué precio debe pagar tras hacer una consulta previa sin compromiso. En el precio ya se incluye una propina y los tiempos de espera en un aeropuerto cuando hay retraso, por ejemplo, dice la portavoz de Blacklane, Heitmüller. «Nos guiamos por los precios normales de taxi, están un poco por encima del promedio», revela. Sixt, por su parte, promete precios por debajo del de los taxis. Lo que es seguro es que a través de las Apps se logran viajes más baratos que con los servicios de limusina tradicionales.
La polémica de la llamada «shared economy» (economía compartida) llega cuando los conductores son privados y no necesariamente profesionales, problema que está teniendo Uber en Berlín y la «start-up» Wundercar en Hamburgo.
¿Privado o profesional? Esa diferencia es fundamental en las llamadas Taxi-Apps. Aunque Blacklane y MyDriver no son precisamente buenas para la industria del taxi, no hay nada que reprocharles desde el punto de vista legal porque no contravienen ninguna prescripción profesional.
Un caso distinto es el de Wundercar y Uber Pop, considerados por muchos como ilegales por la falta de licencias. «Son ilegales», afirma sin titubeos Thomas Grätz, director ejecutivo de la Federación de Taxi en Alemania. En Hamburgo, ambos servicios están en plena batalla legal con las autoridades. El Senado de Berlín quiere prohibir Uber.
«Desde nuestro punto de vista no se requiere ninguna obligación de licencia», dice la portavoz de Wundercar, Katrin Arrubla, que asegura que no se trata de viajes comerciales y que el negocio se basa en los viajes compartidos, tradicionales y muy extendidos en Alemania desde hace años.
«Esto se comprueba en que Wundercar es básicamente gratis. Sólo al final del viaje al usuario se le recomienda dar una propina en función de los gastos operativos. Wundercar toma de ello el 20 por ciento», explica.
En lo básico, tanto Wundercar como Uber Pop funcionan como las otras Apps de chófer. Se introduce inicio y destino y se recibe una oferta. Los vehículos no están sujetos a los severos controles de los taxis. Basta la inspección cada dos años de los autos normales, argumenta Arrubla. «Al fin y al cabo no acumulan tantos kilómetros como los taxis», justifica.
Tras el viaje, el cliente puede valorar al chófer. Para garantizar una determinada calidad se saca del sistema a las «ovejas negras». Quien quiera trabajar con la «start-up» debe tener más de 21 años, tener licencia de conducir de al menos dos años y no tener antecedentes. Los conductores formados suponen menor riesgo, argumentan los críticos con estas empresas.
Otra cuestión polémica es el seguro. Aunque los pasajeros de los servicios están cubiertos por la póliza obligatoria que se requiere a todo vehículo, los chóferes de Wundercar o Uper Pop no tienen en determinadas circunstancias suficiente protección, por lo que se embolsan más dinero del que va para los costes de operación. Una desventaja respecto a los viajes en taxi es que los vehículos de estas empresas, ya sean conductores profesionales o privados, no pueden usar los carriles de autobús ni de taxi, por lo que en caso de atasco, son más lentos. «Esa es una ventaja a favor de los taxis», admite la portavoz de Blacklane, Heitmüller.
Por Stefan Weissenborn