Berlín, 21 feb (dpa) – La sueca Astrid Lindgren (1907-2002), creadora de personajes como Pippi Calzaslargas, la niña de trenzas rojo fuego que vivía sola en una mansión destartalada con un mono y un caballo y hacía lo que se le daba la gana, fue una de las autoras más famosas de la literatura infantil. Por primera vez, una película, «Becoming Astrid», busca desentrañar el origen de su talento.
La coproducción sueco-germano-danesa de la cineasta danesa Pernille Fischer Christensen, que se estrena hoy a la noche con una gala de la sección «Berlinale Special», comienza con una anciana Lindgren, a quien se ve apenas de espaldas, sentada a su escritorio abriendo sobres con algunos de los cientos de cartas, dibujos y hasta casettes grabados que recibía a diario de sus pequeños lectores.
Una pregunta dirigida por uno de los niños que la seguían con devoción funciona como disparador de la película: «¿Cómo puedes escribir tan bien sobre lo que significa ser niño cuando hace tanto que dejaste de hacerlo?».
A partir de allí, el film de Christensen, que ha sido hasta ahora una de las más gratas sorpresas de la Berlinale y ha tenido buena recepción por parte de la prensa, se traslada a la pequeña localidad de Vimmerby, en el sur de Suecia, donde la joven Astrid (la ascendente actriz Alba August, hija del director danés Bille August, y a quien pronto se podrá ver en «The Rain», primera serie original nórdica de Netflix) vivía con sus padres y sus numerosos hermanos.
Sin embargo, quien se convertiría en la autora de libros como «Pippi Calzaslargas», «Los niños de Bullerbyn» o «Karlsson del tejado» no era una joven cualquiera: cuando nadie la sacaba a bailar en las fiestas del pueblo se ponía a moverse frenéticamente sola en medio de la pista, le gustaba escribir cuentos y cuestionaba a su estricta madre Hanna (Maria Bonnevie, actriz de films como «A Second Chance», de Susanne Bier) cuando le ordenaba regresar a casa antes que su hermano por el solo hecho de ser mujer.
La vida de Astrid terminaría dando un vuelco cuando es convocada a trabajar en el periódico local, donde se enamora de su editor, Blomberg (Henrik Rafaelsen), mucho mayor que ella, y queda embarazada. En una época y en un pueblo en el que ser madre soltera era un oprobio, y con el padre de su futuro hijo atravesando un conflictivo divorcio, Astrid se ve obligada a pasar su embarazo lejos, en Dinamarca, y a dejar a su pequeño hijo, Lasse, al cuidado de una madre sustituta (Trine Dyrholm, a quien se pudo ver en «La celebración», de Thomas Vinterberg) hasta que se calmen las aguas y puedan casarse.
Lejos del enfoque que tendría un biopic más tradicional, que intentaría trazar un recorrido más o menos lineal sobre la vida de la escritora que da nombre al premio más famoso de literatura infantil, el gran acierto del film, con libro de Kim Fupz Aakeson, es no mostrar a la Astrid escritora, sino a esa joven madre quien, con un enorme sufrimiento, tuvo que pasar el primer año de vida de su hijo separada de él.
Esto le permite a Christensen aportar sutilmente algunas pistas de cómo esa experiencia –y la difícil tarea de reconectar luego con ese niño que no la consideraba su madre- probablemente configurara luego la escritura de una de las autoras más creativas, fantasiosas y originales de la literatura infantil, que vendió hasta el día de hoy 165 millones de libros y que, con traducciones a 100 idiomas, es la cuarta autora infantil más traducida del mundo después de Enid Blyton, Hans Christian Andersen y los hermanos Grimm.
Y por qué no, también algunas claves de por qué los personajes de esta activa defensora de los derechos de los niños y, a su manera, precursora del feminismo, creó con su pluma niñas inolvidables como Pippi, que tenía tanta fuerza que podía levantar un caballo sobre su cabeza y tenía la libertad para llevar a cabo las ideas más descabelladas, o Ronja, la hija de un jefe de bandidos que tenía tanto o más coraje que cualquier muchacho.
Por Astrid Riehn (dpa)