Jerusalén, 19 abr (dpa) – Después de los horrores del Holocausto, en 1948 se hizo realidad el viejísimo sueño de una patria propia para los judíos en todo el mundo: embriagados de felicidad, miles bailaron tras la fundación del Estado de Israel en las calles para celebrar el «milagro».
«Estábamos desbordados por la alegría», dice Chaim Kozienicki, superviviente del Holocausto, al recordar el momento en el que el fundador del Estado de Israel, David Ben Gurion, leyó la declaración de independencia el 14 de mayo en Tel Aviv.
Sin embargo, inmediatamemnte después cinco países árabes atacaron Israel. Kozienicki, que hoy tiene casi 90 años, había sobrevivido al gueto de Lodz y al campo de concentración cerca de Gdansk pero perdió a su familia durante el Holocausto. El joven hombre se enroló voluntariamente en el Ejército para luchar por el nuevo Estado judío.
«Cuando efectué durante los combates por primera vez un disparo, creo que fue el momento más feliz de mi vida», relata Kozienicki, quien a pesar de su avanzada edad irradia vitalidad y lucidez. «Ya de niño en Polonia soñaba con poder luchar por mi propia patria».
Para los palestinos, el día de alegría para los judíos fue una catástrofe. Unos 700.000 huyeron o fueron expulsados a raíz de la fundación del Estado israelí. Hoy, el número de refugiados y sus descendientes asciende a más de cinco millones, porque podían «legar» su estatus de refugiado a la siguiente generación.
Por esta razón, también los descendientes que viven en campos de refugiados en los territorios palestinos o en los países vecinos reclaman su «derecho al retorno» a lo que hoy es territorio israelí. Israel rechaza esta demanda por temor a que esto significaría la destrucción del Estado judío.
Desde hace más de 50 años, Israel mantiene ocupada Cisjordania. El número de colonos judíos en ese territorio y en Jerusalén Este ha aumentado a unos 600.000 en ese tiempo. Algunos miembros del Gobierno derechista de Israel exigen que su país se anexione algunas partes de Cisjordania. Si eso llegase a ocurrir, el objetivo palestino de tener un Estado propio probablemente habría recibido un golpe mortal.
Debido a su política inflexible hacia los palestinos, Israel recibe duras críticas internacionales y se alzan cada vez más voces a favor de un boicot.
Hasta el día de hoy, el conflicto entre las dos partes no tiene visos de solución. Todos los nuevos intentos de alcanzar un acuerdo de paz definitivo han fracasado. El problema se complica aún más por la división interna de los palestinos. En menos de una década, Israel libró tres guerras con el movimiento radical Hamas, que gobierna en la Franja de Gaza.
Desde 1860, más de 23.500 soldados y civiles israelíes, así como luchadores de la resistencia judíos han perdido la vida por el conflicto territorial. Desde 1948 ha habido seis guerras árabe-israelíes. En el otro bando, miles de personas murieron en dos Intifadas (levantamientos palestinos).
Pese al permanente conflicto, el pequeño Estado de Israel se ha ido transformando durante sus 70 años de existencia de un país eminentemente agrícola en una nación desarrollada ultramoderna. En ese período, el número de habitantes se ha decuplicado, de 806.000 a más de 8,8 millones. Alrededor de tres cuartas partes son judíos y poco más de un 20 por ciento, árabes.
La Oficina Central de Estadística de Israel prevé que el país tenga más de 15 millones de habitantes cuando cumpla 100 años, ya que Israel tiene la tasa de natalidad más alta del mundo occidental con una media de tres hijos por mujer.
Pese a que los israelíes se enfrentan a un coste de vida extremadamente alto y a la existencia de una gran brecha entre pobres y ricos, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ha elogiado recientemente a Israel por su «notable desempeño, con un fuerte crecimiento, una baja tasa de desempleo y unas sólidas finanzas públicas».
En Israel hay casi 6.000 empresas emergentes, muchas de ellas en Tel Aviv, y unos 300 institutos de investigación y desarrollo de empresas multinacionales. El ex primer ministro Ehud Barak calificó a Israel como una «villa en medio de la selva», un biotopo ultramoderno rodeado de vecinos hostiles imprevisibles.
La fundación de Israel, una «obra sionista» como la llaman los enemigos del país, dio lugar a una profunda enemistad y varias guerras con los vecinos. Es cierto que Egipto y Jordania cerraron hace muchos años acuerdos de paz con Israel, pero las relaciones siguen siendo gélidas.
Curiosamente, el ascenso de un enemigo común en la región podría conducir a un acercamiento entre Israel y el mundo árabe: tanto Israel como el reino sunita de Arabia Saudí aplican una política hostil hacia Irán. Ello explica por qué el príncipe heredero saudí, Mohamed bin Salman, reconoció recientemente el derecho de los israelíes a tener un Estado propio, algo inesperado para un líder árabe.
Para muchos líderes en el mundo árabe, el destino de los palestinos ya solo tiene una importancia secundaria, como también lo pusieron en evidencia las protestas relativamente débiles por la decisión del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, de reconocer Jerusalén como capital de Israel.
Por Sara Lemel y Jan Kuhlmann (dpa)